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martes, 8 de junio de 2010

EL SEÑOR DE ÉPILA

Busto en porcelana del Conde de la fábrica de su propiedad en Alcora (Castellón). Museo Arq. Nacional. Madrid.
Busto en bronce en la esquina de la calle Conde Aranda con Avd. Cesaraugusta. Zaragoza. Autor: Iñaki. Pedro Pablo Abarca de Bolea y Ximénez de Urrea X Conde de Aranda
Pedro Abarca de Bolea y Ximénez de Urrea nació el 1 de agosto de 1719 en el castillo familiar de la población oscense de Siétamo y murió en su palacio de Épila el 9 de enero de 1798.
Fue dos veces Grande de España de primera clase, además de ser el Capitán General más joven de Carlos III. Tras iniciarse en la milicia como Capitán de granaderos fue herido y, tras su recuperación, viajó por Europa, donde aprendió las tácticas militares de los prusianos y en París, estuvo en contacto con los enciclopedistas Diderot, D’Alemberg y Voltaire, entre otros. Tras la caída en desgracia del Marqués de la Ensenada, vuelve a España donde es ascendido a Teniente General y enviado a Portugal como Embajador. Tras su regreso a España es nombrado Director General de Artillería e Ingenieros. Al llegar al trono Carlos III es enviado como Embajador a Polonia. Posteriormente ocupa los cargos de Capitán General de Aragón y Valencia y, tras el famoso “Motín de Esquilache”, el rey le ordena ocupar el cargo del italiano. Así pues, Aranda pasa a ser Ministro además de Presidente del Consejo de Castilla.
Realiza una serie de reformas apoyado en la clase media y los artesanos entre las que se pueden citar el recorte en la capa y las alas de los sombreros, las reformas agrarias, la colonización de Sierra Morena –Olavide-, la protección a las Sociedades Económicas de Amigos del País y la elaboración del primer censo español.
La actitud anticlerical, de la que llevaba fama, se tradujo en conseguir la expulsión de los jesuitas de España y todas sus posesiones de Ultramar en 1767, como ya había sucedido en Portugal, Francia y Nápoles.
Un problema diplomático por las Islas Malvinas obligó a Aranda a dejar la Presidencia del Consejo de Castilla y a que su cábala o “Partido Aragonés” como prefieren algunos, cayese en desgracia. Fue nombrado embajador en París y allí su “leyenda negra” se consolidó. Sus adversarios políticos lo acusaban de asustar por su aspecto desaliñado y despreocupado, su rudo y franco lenguaje y sus toscas maneras. Era, además, considerado un impío ilustrado.
Aprovechando el desastre de Argel de 1775, Aranda intentó volver a España pero, a pesar de lograr que el Ministro Grimaldi fuese cesado, no se nombró ministro a él, pese al favor de Carlos IV, sino a su enemigo, el Conde de Floridablanca.
Tras 10 años como embajador en el país vecino, donde obtuvo ciertos triunfos diplomáticos, regresó a España y se dedicó a conspirar para derribar a Floridablanca, cosa que consiguió en 1792. Pero meses más tarde fue sustituido por Manuel Godoy que no cejó en su intención de desposeer al Conde de todos sus cargos. Aranda fue desterrado a Jaén y encarcelado en La Alambra más tarde.
Un año antes de su muerte, el rey le permite viajar a Aragón y se aloja en su Palacio de Épila en el que muere en 1798. Sus restos fueron trasladados al Monasterio de San Juan de la Peña. Tras una estancia en la iglesia de San Francisco El Grande de Madrid fueron, de nuevo, trasladados al monasterio oscense.
MATRIMONIOS:
El conde de Aranda contrajo matrimonio por poderes en Madrid el 21 de marzo de 1739, a los 19 años, con Ana María del Pilar Fernández de Híjar, hija del VIII duque de Híjar, con la que tuvo a su hijo Luis Augusto que fallecería en 1755. Años después, en 1783, murió también su esposa. Pero Aranda deseaba un heredero varón para la casa y contrajo nuevo matrimonio con su sobrina María Pilar Fernández de Híjar y Palafox, que contaba tan sólo 17 años.
Sepulcro del Conde de Aranda en el Monasterio de San Juan de la Peña

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