Aunque ya he colgado
un par de post sobre los moriscos y, siendo hoy, el aniversario del decreto de
Felipe III de 27 de abril de 1610 que que tenía por objeto la expulsión de
estos enemigos de la fe y del Estado –esta fue la excusa- del reino de Aragón,
voy a referirme de nuevo, aunque brevemente, a alguna de las consecuencias de
este hecho trascendental en la historia de España.
Se calcula que fueron
unos 300.000 el nº de personas que salieron por los Pirineos aragoneses,
navarros y por Los Alfaques (Tarragona). Este importante descenso demográfico
se unió a los numerosos muertos por las epidemias, guerras y malas cosechas que
se produjeron en el S.XVII, el siglo de la decadencia española fruto de la pésima
gestión llevada a cabo por los últimos austrias –no me gusta decir austrias
menores-.
Económicamente, todos
los sectores se vieron afectados por la medida. Las tierras trabajadas por los
moriscos quedaron yermas, siendo recuperadas muy lentamente. Durante los
primeros años de la salida se podían contemplar pueblos y términos enteramente
abandonados o semiabandonados. La industria artesanal aragonesa de la época
perdió un mercado, sufriendo la correspondiente contracción. Determinadas
especializaciones controladas por los expulsados estuvieron a punto de
desaparecer, y sólo después de un largo tiempo fueron recuperadas.
La ruina afectó
especialmente a los acreedores de los moriscos y de sus señores. Ambos habían
percibido grandes cantidades a préstamo. Con la expulsión, estos prestamistas
no sólo perdieron sus rentas sino también la posibilidad de recuperar su
dinero. Los señores de moriscos que vieron disminuir sus ingresos tras la
expulsión difícilmente podrían hacer frente a sus compromisos crediticios. Un
número nada despreciable de personas, instituciones y fundaciones que vivían de
estas rentas perdieron su medio de vida. Estos rentistas, que constituían una
parte de lo que hoy llamaríamos «clase media», quedarían arruinados con todas
las implicaciones sociopolíticas que tal hecho lleva consigo. La expulsión
representó un fuerte empobrecimiento para el reino aragonés.
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