Estaba absolutamente relajado,
viendo la televisión casi como un autómata. No le interesaba ni le dejaba de
interesar lo que el Ministro de Hacienda estaba diciendo, pero cuando dijo que habría
equis millones de euros de inversión, automáticamente
su mente, como en un viaje interestelar, se trasladó cuarenta o cuarenta y un
años atrás, justo a una concreta ventana del edificio del colegio donde
estudiaba, ventana que daba a una especie de terraza a la que se accedía por un
lateral del rellano de la escalera que daba acceso a la puerta oeste del
aulario, y en la que su alféizar hacía las veces de mostrador de una papelería
donde había que ir a comprar los folios y los cuadernos con los membretes del
colegio, obligatorios para exámenes y trabajos.
Esa especie de papelería oficial
la atendía un profesor miembro de la congregación religiosa a la que pertenecía
el colegio, ya retirado de sus labores docentes, y que era el encargado de
atender la venta del material corporativo de uso obligatorio. Era alto, muy
alto; delgado, muy delgado, y, siempre, con una boina negra a juego con el
color del traje, a modo de permanente recordatorio de su carácter nacional de
vasco.
Trasladado en el tiempo, recordó
la escena:
-Buenos días, D. Marcelo. ¿Me da,
por favor, cinco pesetas de folios?
-Buenos días tenga Vd. pero no se
dice cinco pesetas de folios, sino folios por valor de cinco pesetas, así que
mañana me trae Vd. escrito trescientas veces la frase “No se dice cinco pesetas
de folios sino folios por valor de cinco pesetas”.
Es obvio que el Ministro no
estudió en ese colegio.
(Este texto es de mi cuñado Ál, podéis seguir sus reflexiones en el enlace del blog -alxerixi-).
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