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jueves, 23 de marzo de 2017

EL MOTÍN DE ESQUILACHE (1)

Tal día como hoy de 1766 se inició en Madrid el archiconocido "Motín de Esquilache". Motín, según el DRAE, es un "movimiento desordenado de una muchedumbre, por lo común contra la autoridad constituida". ¿Y Esquilache? Pues no es, ni más ni menos, que la castellanización de Squillace, municipio calabrés situado en la "suela" de la "bota" italiana. Cerca de esta población de unos 4.000 habitantes, en Sicilia, se encuentra la populosa Mesina (250.000 habitantes) y allí nació en el año 1699 Leopoldo di Gregorio, conocido en España como Marqués de Esquilache. Este hombre de origen humilde era asentador de víveres del ejército cuando el rey de Nápoles Carlos VII (el futuro Carlos III de España) le confió la administración de las aduanas (1748). Su eficacia en la gestión y su cercanía al reformismo ilustrado del monarca le hicieron ascender a puestos de mayor responsabilidad cuando Carlos regresó a España (1759) para hacerse cargo del reino. Leopoldo se convirtió en la mano derecha de Carlos, pero la nobleza reaccionaria no lo tragaba, primero, por ser extranjero y, segundo, por aplicar sin medida el despotismo ilustrado, es decir, la introducción de reformas y mejoras en todos los aspectos, pero sin tener en cuenta la libertad ni contar con el pueblo, de ahí el lema: "Todo para el pueblo, pero sin el pueblo". El italiano, partidario de arreglarlo todo por la vía rápida, fue el firmante de las medidas que enfurecieron al pueblo madrileño en marzo de 1766. Esquilache, una vez lograda la libertad de precio de los cereales -aunque produjeron una carestía en los productos de primera necesidad-, de lo bien que iban las obras de Madrid, de aumentar la presión fiscal, de instaurar la Lotería nacional y de reformar las fuerzas armadas y controlar al clero, desempolvó un viejo proyecto del rey Fernando VI por el que se sustituirían las arraigadas capas largas y los chambergos -enormes sombreros redondos de ala ancha- por capas cortas y el sombrero de tres picos o tricornio. Las razones esgrimidas eran que este tipo de vestimenta permitía el embozo y la ocultación de armas y que el sombrero "vertía sombra impenetrable sobre el rostro", sirviendo para cometer impunemente todo tipo de fechorías. El follón que esta medida provocó fue de tal envergadura que merece uno o dos capítulos más, así que mañana os lo cuento. 

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