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lunes, 27 de marzo de 2017

EL MOTÍN DE ESQUILACHE (y 5)

Al parecer, Carlos III pensó desde el primer momento -aunque con evidente disgusto- que lo mejor era aceptar estas exigencias populares, para evitar males mayores. Pero antes de tomar una decisión formal, consideró oportuno escuchar la Opinión del Consejo de Guerra. Hubo división de opiniones, los militares eran partidarios de sofocar por la fuerza la rebelión, mientras que los nobles civiles querían evitar el derramamiento de sangre y, puesto que los amotinados no cuestionaban la autoridad real, que se aceptaran las exigencias. Carlos III tomó una decisión, salió al balcón y prometió satisfacer los deseos del pueblo, sobre todo en lo referente a la bajada del precio del pan y la expulsión de Esquilache y la guardia valona. Cuando vieron que esta tropa se retiraba hacia el interior del palacio, se calmaron los ánimos.
Aparentemente, el peligro había pasado, pero el pueblo había vencido. Carlos III, al no sentirse seguro en Madrid después de lo que había visto desde el balcón, cometió el error de desplazarse, al amparo de la noche,  con toda su corte a Aranjuez.
En un Madrid en calma, una Junta Militar tomaba diversas medidas para mantener el orden. Pero el pueblo se enteró, estupefacto, de que el monarca había partido secretamente a Aranjuez. Inmediatamente, tomó cuerpo la convicción de que Carlos III sólo había cedido momentáneamente, por razones estratégicas, a las peticiones de sus vasallos. Sin duda, ahora se disponía a armar un poderoso ejército para regresar a Madrid, revocar sus promesas y aplastar a los revoltosos.
Esta convicción irritó a los madrileños, produciendo además una importante ola de temor. Bien pronto, unas 30.000 personas -hombres, mujeres y niños- rodearon la casa del obispo de Cartagena, Diego de Rojas, presidente a la sazón del Consejo de Castilla. Las fuerzas armadas se vieron rápidamente desbordadas. El obispo recibió el encargo de transmitir al rey el estado de ánimo del pueblo madrileño. Pero el obispo no llegó a salir de Madrid, porque se impuso el criterio de que era fundamental retener en la villa a las personalidades más importantes, en calidad de rehenes. Comparados con los de la víspera, los sucesos eran incalculablemente más graves. El obispo Rojas se vio obligado a redactar un memorial de agravios, para el rey; un emisario partió hacia Aranjuez con el documento y el obispo quedó retenido en su casa Ante la impotencia de los soldados, el pueblo saqueaba almacenes de comestibles y cuarteles, abriendo de paso las puertas de las cárceles. La ciudad estaba en sus manos.
Pronto, en Aranjuez, el rey recibía el memorial. No lo dudó demasiado y despachó al mismo emisario con una carta para el pueblo de Madrid en la que se ratificaba en sus promesas y pedía calma y sosiego a la gente.
A las nueve de la mañana del día siguiente, el emisario llegaba a Madrid, donde se dio lectura a la carta del rey. Y bastó esta carta para devolver la calma a la ciudad. Ordenadamente, las armas fueron devueltas a los cuarteles, entre vivas al rey.
Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache, tuvo que partir irremediablemente, muy a pesar del rey le costó desprenderse de su ministro.  Por su parte, Esquilache escribiría a propósito del pueblo de Madrid: "Soy el único ministro que ha pensado en su bien: he limpiado la ciudad, la he pavimentado, he hecho paseos, he mantenido la abundancia durante años de carestía. Merecía una estatua y me han tratado indignamente." El desilusionado marqués fue recompensado con la embajada de Venecia.
La llegada a Aranjuez del pronto todopoderoso Conde de Aranda con las tropas de su Capitanía General de Valencia, tranquilizaron al monarca, pero ahora se iba a desatar otra lucha, la del poder, entre los "albistas" y los "ensenadistas". Otro día os contaré lo que pasó.

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