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domingo, 9 de diciembre de 2018

HISTORIAS DE LA PUTA MILI (4)


Seguimos en el campamento aprendiendo las nociones básicas de un soldado. Un día  (o dos o tres) nos llevaron al campo de maniobras a jugar a la guerra y, lo primero que nos enseñaron fue a tirarnos al suelo apoyando la culata del cetme en la tierra. Yo, que practicaba el balonmano por aquel entonces -también después-, sabía más o menos de caídas y no tuve muchos problemas para realizar la acción, pero muchos reclutas se pegaban unas tripadas de mucho cuidado. Después nos íbamos arrastrando por el suelo como si se tratara de comandos y lo único que hacíamos era ponernos de tierra hasta las narices y dada la escasez de agua, a veces teníamos que aguantar todo polvorientos durante unas cuantas horas. Pero, nos estábamos "haciendo hombres disciplinados" cuando, lo que realmente hacíamos era perder miserablemente el tiempo y un año de inactividad laboral. Un mal día me aparecieron almorranas debido a la falta de higiene, a las marchas y a la mala circulación que, al parecer yo ya sufría. Tuve que ir a la enfermería a diario, pero me libré de instrucción y otras tareas durante unos cuantos días. Otro día nos enseñaron el himno de San Fernando, patrón de Infantería. Algunos hacíamos como que cantábamos, pero no era así, pero un espabilado brigada músico se percató del asunto y nos echaron una bronca de campeonato. Menos mal que solo fue eso. El capitán capellán del batallón solía darnos charlas instructivas sobre temas variados, pero sobre todo sobre sexo e higiene sexual. Los más viejos nos meábamos de risa por lo bajini de las tonterías que soltaba el mosén. Pero algo agradable sí me pasó. Un día anunciaron por megafonía que tenía una visita. Cuál fue mi sorpresa al encontrarme allí al Faustino y la Paquita que habían bajado a Córdoba por negocios o por visitar a un familiar. Me dio una alegría tremenda. Estuvimos parte de la tarde charlando y comiendo viandas buenas que me traían y que me supieron a gloria celestial. También vi-
nieron  a la jura de bandera mi madre y Teresa, por entonces mi novia. Ese día y los siguientes fueron especiales. Aquí termina mi historia en el C.I.R. A partir de ahora, contaré mis aventuras y desventuras en Jerez de la Frontera.

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