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miércoles, 26 de junio de 2019

CONOCE ZARAGOZA


Como podéis apreciar en el plano parcial de Zaragoza, en el espacio urbano era un galimatías, un laberinto de pequeñas calles que se entrecruzaban entre sí y hacían que la gente que deseaba ir al Pilar desde el Coso tuviese que atravesar la maraña de callejuelas hasta llegar a la plaza. A través de la subida del Trenque, especie de postigo que desembocaba en la plaza del Carbón y del Peso Real (actual Sas), el personal cogía por Montera (hoy Candalija), Torrenueva, unida a Botigas Ondas (Méndez Núñez), Contamina, Agujeros (Stª Isabel), paso de Urriés, paso de los Navarros -que atravesaba la de Sombrerería (Prudencio) y llegar  a la plaza del Pilar. 

Ante esta serie de trabas y dificultades y para dar a Zaragoza un aspecto más moderno al estilo parisién, el alcalde Antonio Candalija -en la imagen-, que había sustituido al constitucional, consiguió que se abriese una calle que, desde el Coso, llegara en línea recta hasta El Pilar, la actual calle Alfonso I.
Se encargó el proyecto al arquitecto municipal Segundo Díaz Gil, ayudado por Marino Blasco, Antonio Gregorio, José Yarza y Mariano López. Las expropiaciones se valoraron en 4.890.580 reales; de esta cantidad percibieron los técnicos el uno por ciento; la calle de Alfonso I tendría 422 metros de longitud; fue proyectada con dos rasantes, una de subida hasta la plaza del Carbón y otra de descenso más suave; Candalija insistió en que tuviera una sola rasante, aunque quedaran colgados algunos edificios por la desigualdad del terreno, y que tuviera doce metros de anchura. Hubo sesiones municipales borrascosas, por parte de los propietarios perjudicados y de los comerciantes de las calles, que veían lastimado su negocio.

La férrea voluntad del jiennense Candalija vencería, y en un elocuente discurso convenció a los zaragozanos. Se aprobó el proyecto y comenzaron las obras el 4-XI-1866. Hubo algunos propietarios, sin embargo, que tuvieron que ser desalojados de las casas con intervención de los bomberos, al negarse al desalojo. Siguieron las obras y la calle se urbanizó con bastante rapidez, adoptando en ella lo que en arquitectura se llama «conjunto urbano», o sea igualdad de todas las casas, sobre todo en altura. En el año 1868 y ante la revolución que se acababa de producir, Candalija, que era claramente isabelino, se encontró en una situación difícil, doblemente perseguido por la revolución y por las gentes perjudicadas con la apertura de la calle de Alfonso, y tuvo que huir hacia Andújar.

Escultura de Pablo Gargallo al principio de la calle Candalija con Alfonso I

Durante la Restauración, en el año 1876, Candalija fue nombrado gobernador civil de Valencia. Zaragoza le nombró ese mismo año hijo adoptivo de la ciudad. Murió en 1889. Posteriormente, en 1914, el Ayuntamiento zaragozano acordó rendirle un homenaje dando su nombre a una de las calles que desembocan en la de Alfonso, la de la Montera, solemnemente se descubrió una lápida en el comienzo de la calle, en recuerdo de don Antonio de Candalija.

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