Si en 1789, la preocupación por la divulgación de las ideas revolucionarias provenientes de Francia, había sido una constante en la realeza y el gobierno de la nación, 1790 va a ser el año de la inquietud y el espanto. A medida que se difundían los mensajes revolucionarios se acrecentaba la represión contra los mismos. El conde de Floridablanca llegó a decir en un informe: (sic) "El incendio de Francia va creciendo y puede propagarse como la peste. La necesidad de formar un cordón sanitario contra esta peste estrecha más y más cada día, y es preciso arrimar a ciertos puntos de la frontera todas las tropas posibles. El pretexto legítimo para este cordón será, sin entrar ni nombrar nada de lo que toque a la revolución francesa, divulgar los avisos y temores que tenemos de que los malhechores franceses meditan pasar la frontera y venir a robar a las gentes de nuestros pueblos" .
Sin embargo, tres hechos iban a influir de forma directa la política española: las intrigas del grupo afín al conde de Aranda (los "aragonesistas"), el atentado fallido contra Floridablanca por un exaltado francés y el descontento desencadenado por la política tributaria.
Aristócratas y militares se venían reuniendo con Aranda desde 1789 y, aunque la intriga era todavía leve -caricaturas, sátiras manuscritas...contra Floridablanca pasaban de mano en mano-, Carlos IV mantuvo al conde en su cargo como así se lo había pedido su padre. Se detuvo a los instigadores y se les desterró, salvo a la intocable nobleza.
Las aguas volvieron a su cauce, pero en julio, Floridablanca fue apuñalado levemente en el palacio de Aranjuez y la Corte lo interpretó como el envío de un emisario de los clubes franceses. El autor, pese a que Floridablanca pidió clemencia para él, fue ajusticiado.
Sin embargo, las cargas fiscales a las que se sometió al pueblo, originaron levantamientos en varias partes del país, en Galicia, sobre todo, apoyadas por el obispo de Orense y el Gobierno tuvo que ceder y rebajar los impuestos.
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