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viernes, 31 de marzo de 2017

MIGUEL HERNÁNDEZ (y 4)

En la primavera de 1939, ante la desbandada general del frente republicano, Miguel Hernández intentó cruzar la frontera portuguesa donde fue detenido y  devuelto por la policía salazarista a las autoridades españolas. Así comenzó su larga peregrinación por cárceles: Sevilla, primero, luego Madrid. Difícil imaginarnos la vida en las prisiones en los meses posteriores a la guerra. Inesperadamente, a mediados de septiembre de 1939, fue puesto en libertad. Fatídicamente, arrastrado por el amor a los suyos, se dirigió a Orihuela, donde lo delataron y encarcelaron de nuevo en el seminario de San Miguel, convertido en prisión. Enviado de nuevo a Madrid, en marzo de 1940, fue juzgado y condenado a muerte. Gracias a la intervención de José Mª Cossío y del futuro obispo Almarcha, se le conmutó la pena capital por la de cadena perpetua. De Madrid pasó a la cárcel de Palencia y luego a la de Ocaña. En 1941 fue trasladado al reformatorio de adultos de Alicante, donde compartió celda con Buero Vallejo. Allí enfermó de bronquitis que se le complicó con tifus y, más tarde con tuberculosis. 

El 28 de marzo de 1942, a los 31 años de edad, moriría en la enfermería del centro penitenciario entre grandes hemorragias, inmensos dolores y golpes de tos. Se cuenta que no pudieron cerrarle los ojos, hecho sobre el que su amigo Vicente Alexandre compuso un poemaFue enterrado en el nicho número mil nueve del cementerio de Alicante, el 30 de marzo. Posteriormente, con motivo de la muerte de su hijo Manuel y de Josefina, su mujer, el cementerio de Alicante cedió una parcela donde se enterraron los tres cuerpos. 

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