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domingo, 18 de diciembre de 2016

TAL DÍA COMO HOY DE...


1118 se produjo la toma de Zaragoza  por Alfonso I “El Batallador”. La acción adquiriría tintes de auténtica cruzada, pues en Toulouse (Francia) se celebró un concilio al que acudieron obispos de Aragón y Navarra, junto a los de la Francia meridional, para proclamar la guerra santa contra el enemigo almorávide. El pontífice Gelasio II concedió la indulgencia papal y  Alfonso aprovechó esta circunstancia para convencer a Gastón IV de Bearne, veterano cruzado, para que hablase con otros caballeros y señores franceses de la empresa de conquistar Zaragoza, -Sarqusta o Madinat al-Baida (la ciudad blanca). Un gran ejército de cruzados francos se concentró en Ayerbe y, junto a otros nobles gascones, castellanos, catalanes, navarros y aragoneses, en mayo de 1118 pusieron sitio a la ciudad. Las murallas de la plaza habían ganado fama de inexpugnables, pero los cruzados manejaban pesada maquinaria de guerra, altas torres y catapultas, perfeccionadas durante la 1ª Cruzada (1096-1099) llevada a cabo para conquistar Tierra Santa.

A pesar de la gran maquinaria, el asedio se prolongó durante semanas. Alfonso llegó el 7 de junio procedente de tierras castellanas, de donde venía de dirimir sus tormentosos asuntos matrimoniales con Urraca, hija de Alfonso VI de Castilla.  Los sitiados comenzaron a quedarse sin víveres y se les cortó, además, el suministro de agua del canal que llegaba desde la Romareda. Pero los atacantes sentían también el castigo de su incesante empuje y parte del contingente franco abandonó. La preocupación de Alfonso I era la protección del cerco ante un posible ataque desde el exterior. A pesar de sus precauciones, el gobernador de Granada, Abdalá ben Mazdalí, pudo acudir en socorro de la ciudad, aunque su entrada a la desesperada sólo le serviría para morir mes y medio más tarde, en noviembre de 1118. Sin confianza ya en ninguna clase de auxilio, Zaragoza inició las negociaciones de capitulación, que al entender de los cronistas musulmanes, fue muy ventajosa para los rendidos, que pudieron conservar sus propiedades rurales, su religión e incluso su estructura de gobierno. El día 18 de diciembre,  Alfonso I entraba triunfal en la ciudad, ocupando el Torreón de la Zuda.

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