La Tere fue la afortunada de la rifa.
Manolete en plena actuación.
José "Polito", el Ciriaco y el Santos "El Pericotín".
Espctadoras en el recital ranchero.
La Horten, el Manolo y la Fina.
Octavín "bandiando".
Hizo un día de ciercera heladora, así que me abrigué bien y me
fui al bar para colgar algunas entradas en el blog. Tras esto, Manolo y yo
subimos a Épila a comprar unos conejicos para cenar el día 5 y un avío de puchero para
ese mismo día de Santa Águeda. De allí, a Salillas de Jalón. En este pueblo
ribereño venden unos dulces especiales que elaboran artesanalmente en un gran
obrador que se han montado. Bajamos a Bardallur un par de minutos antes de las
12:00. Me dejó en la puerta de la iglesia y subí al campanario para “bandiar”
las campanas. Las escaleras y el suelo del campanario estaban llenos de mierda
de paloma e, incluso, había un nido con dos pichones. Como no subía nadie a
ayudarme, empecé a voltear la campana grande mientras un empleado municipal
tiraba los “güetes”. Cuando paré subieron la Pili. El empleado de antes –no sé
cómo se llama- y, menos mal, el Octavín, un amigo de mi hermano Fernando –al que
todavía no he visto por su trabajo, sí a Tere y a mi sobrina María- que está
joven y fuerte y empezó a darles a las dos campanas a la vez con el brío propio de los mozos. Yo me bajé con un
subidón de autoestima espectacular, hacía más de 40 años que no bandeaba. Manolo
y yo nos fuimos al bar a tomar unos vinos. Llegó Santos que venía de un
entierro en la nevada La Muela. Sobre
las 14:00, cada uno nos fuimos para nuestras respectivas casas. Me comí un
pollo al ajillo que ya había preparado por la mañana y di una cabezada viendo
la tele. De nuevo al bar y, de allí, al Pabellón para ver la actuación de
Manolete. Allí, nos informó el Sr. Alcalde que, por razones de seguridad, se
habían suspendido los actos previsto para la noche, es decir, la degustación de
chorizo, longaniza y panceta y la hoguera. Gran decepción, esperemos que amaine
el viento y se pueda prender sin riesgo. Cuando terminó la actuación mexicana –por
cierto, bastante buena-, la Fina, la Horten y nosotros dos bajamos a la Peña para
preparar la cena. Tuvimos que esperar a que llegase el Luis Ángel –“El Chico
Mariano”- de su trabajo en la Opel. Hizo
los conejos a la parrilla de forma excepcional. Nos fuimos al bar a tomar café
y yo me vine pronto para casa, pues me había levantado a las 6:00 a.m. y mi
cuerpo no podía más.
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