En París aprendí a bailar como es debido. Iba a una academia. Lo bailaba todo, incluso la java, a pesar de mi aversión por el acordeón. Todavía me acuerdo: On fait un´petit belote, et puis voilá...París estaba llena de acordeones.
Seguía gustándome el jazz y aún tocaba el banjo. Tenía por lo menos sesenta discos, cantidad consdirerable en aquellos tiempos. Íbamos a oír jazz al Hôtel Mac-Mahon y a bailar al Château de Madrid, en el Bois de Boulogne. Finalmente, como buen meteco, por la tarde tomaba clases de francés.
Buñuel conoció a la que sería su mujer al poco de estar en París. Jeanne Roucar procedía del norte de Francia e impresionó desde el primer momento a Luis, máxime cuando se enteró que había sido medalla de bronce en gimnasia rítmica en los Juegos Olímpicos de París de 1924; aunque, el día que la conoció, Buñuel y otros dos metecos (Joaquín Peinado y Hernando Viñes) planearon conquistarlas, junto a otras dos muchachas, aplicando un potente afrodisiaco (clorhidrato de yohimbina) que le había recomendado a Luis un teniente de caballería en Zaragoza. El plan no se llevó a efecto, pues Hernando Viñes se rajó aduciendo que él era católico y que no iba a participar en una canallada como esa.
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