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viernes, 29 de abril de 2016

HOMENAJE A CERVANTES (7)

Mientras los monjes se alejaban y Sancho se recuperaba de la somanta de palos que le habían sacudido los muleros, D. Quijote se dirige a la dama del coche y le dice:

"La vuestra fermosura, señora mía, puede facer de su persona lo que más le viniera en talante, porque ya la soberbia de vuestros robadores yace por el suelo derribada por este mi fuerte brazo; y porque no penéis por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo Don Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doña Dulcinea del Toboso; y en pago del beneficio que de mí habéis recibido o quiero otra cosa sino que volváis al Toboso, y que de mi parte os presentéis ante esta señora, y le digáis lo que por vuestra libertad he fecho".

Es entonces cuando un acompañante de la dama -el vizcaíno- se niega a cumplir las órdenes  de D. Quijote y le reta a que deje la lanza y saque la espada. D. Quijote acepta el reto y se entabla, entonces,  una "batalla" en la que el "Caballero de la Triste Figura" vence y, con la promesa de que el vizcaíno irá al  Toboso a comentar a su dama Dulcinea tal acción, se larga cada uno por su lado.

"Viendo, pues, ya acabada la pendencia, y que su amo volvía a subir sobre Rocinante, llegó a tenerle el estribo, y antes que subiese se hincó de rodillas delante de él, y asiéndole de la mano, se la besó y le dijo: sea vuestra merced servido, señor Don Quijote mío, de darme el gobierno de la ínsula que en esta rigurosa pendencia se ha ganado, que por grande que sea, yo me siento con fuerzas de saberla gobernar tal y tan bien como otro que haya gobernado ínsulas en el mundo. A lo cual respondió Don Quijote: advertid, hermano Sancho, que esta aventura, y las a estas semejantes, no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza, o una oreja menos; tened paciencia, que aventuras se ofrecerán, donde no solamente os pueda hacer gobernador, sino más adelante. Agradecióselo mucho Sancho, y besándole otra vez la mano y la falda de la loriga, le ayudó a subir sobre Rocinante, y él subió sobre su asno, y comenzó a seguir a su señor, que a paso tirado, sin despedirse ni hablar más con las del coche, se entró por un bosque que allí junto estaba".

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