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viernes, 28 de octubre de 2016

DON QUIJOTE EN ARAGÓN (2)

EL BARCO ENCANTADO

Don Quijote y Sancho se encuentran en la orilla derecha del Ebro y ven un pequeño barco atado a un árbol. La imaginación del hidalgo le lleva a pensar que la embarcación es señal inequívoca de que algún caballero está en peligro y que, por tanto, tiene que ir a ayudarle. Sancho le advierte que será un barco de algún pescador de la zona, pero D. Quijote da un salto y sube; Sancho le sigue, una vez atadas las cabalgaduras. Sueltan amarras y el escudero, al oír rebuznar al burro, llora amargamente y pronuncia: "¡Oh, carísimos amigos, quedaos en paz y la locura que nos aparta de vosotros, convertida en desengaño, nos vuelva a vuestra presencia! Don Quijote le llama "corazón de mantequilla" y le dice que ya han navegado más de setecientas leguas y que  han pasado el ecuador o línea equinoccial según la teoría de Ptolomeo, riéndose Don Quijote de lo que había entendido Sancho que le ha puesto por testigo una persona que es “puto y gafo”, además de “meón o meo”.  Para demostrarle lo que habían navegado le dijo que a los españoles que iban a las Indias, cuando pasaban la línea equinoccial se le morían los piojos y que lo comprobase en su propio cuerpo. Sancho ve que la navegación ha sido mínima, pues ve al rucio y a Rocinante atados y mira su cuerpo que está lleno de parásitos. En esto, van acercándose a unas grandes aceñas (molinos harineros) que hay en en medio del río, confundiéndolas Don Quijote con un castillo encantado en el que está preso algún caballero o princesa. Salen los molineros enharinados con unas largas varas para que el barco y sus ocupantes no fueran destrozados por las ruedas del molino y, lógicamente, para el hidalgo manchego son personas malvadas a las que amenaza con su espada y les conmina a liberar a los presos. Los molineros paran el barco, pero D. Quijote y Sancho caen al agua, siendo salvados por los dueños del barco que les exigen daños y perjuicios. Pagan los desperfectos y se vuelven a sus caballerías, convencido D. Quijote de haber tenido dos valientes encantadores: uno que estorba lo que otro intenta y pronuncia: "...todo este mundo es máquina y trazas, contrarias unas de otras. Ya no puedo más".

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