Terminada la famosa comida, con el lavatorio de las barbas de D. Quijote y el duque, el hidalgo manchego se va a dormir la siesta, mientras que Sancho, sacrificando sus 4 o 5 horas de sueño vespertino, se queda platicando con la duquesa y sus doncellas. Hablan de encantamientos o no de Dulcinea, convenciéndole la dama de que la "fermosa" doncella existía y, además, estaba encantada por un "invidioso" mago para hacerle daño a D. Quijote. A partir de aquí, los duques van a gastarles una broma, la más grande que se haya gastado. Pasados unos días, todos parten de montería. Al anochecer, una vez levantadas las tiendas en torno a una fogata, ven que se aproxima una procesión de carros. En la primera carreta va un personaje enviado por Montesinos y que es identificado como el diablo. Su misión: Revelar la manera de desencantar a Dulcinea. En las últimas carretas aparece una extraña ninfa que decía ser Merlín, el encantador, el cual, al ver a Dulcinea convertida en rústica aldeana, se apena de ella y decide que la única manera de retomar su belleza es que Sancho se dé tres mil trescientos azotes en las posaderas. Sancho se niega y le dice a D. Quijote que se los dé él, que es el interesado en que Dulcinea vuelva a su estado original. Pero entonces, interviene el duque diciéndole a Sancho que si no cumple se quedará sin ínsula ya que demostraría ser un gobernador muy duro. Sancho al oír esto accede con la condición de que él debía decidir cuándo se daría los azotes y que no deberían hacerle sangre y además dice que no debe haber nadie que se los cuente y que se tinen que fiar de lo que él diga. Al día siguiente, Sancho le explica a la Duquesa que ya se ha dado unas cuantas palmadas en la espalda ya que no cree que merezca la pena el azotarse para que otros obtengan la recompensa. La Duquesa al oír esto le dice a Sancho que debe buscar otro método para azotarse ya que el darse palmadas en la espalda no sirve absolutamente de nada. Sancho le enseñ a la Duquesa una carta que tiene pensado mandar a su mujer en la cual le cuenta que está a punto de irse a gobernar la ínsula que el Duque le ha prometido y que la Duquesa no hace más que besarle la mano con lo que ella también debe hacerlo. También le dice a su mujer que está deseando ir a gobernar la ínsula para ver si así consigue algo de dinero. Al oír esto la Duquesa contesta que se muestra un poco codicioso y que un buen gobernador no se tiene que mostrar con ese talante. (Continuará).
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