Su cuerpo finado fue solemnemente vestido con el traje de Capitán General del Ejército y con todos los distintivos de Grande de España de 1ª clase, de Caballero de la insigne Orden del Toisón de Oro y del Santo Espíritu, y colocado en una de las salas bajas de dicho palacio.
Al día siguiente, a primera hora de la mañana, la condesa viuda Dña. María Pilar Silva y Palafox , solicitó que se testificase la muerte del hasta entonces su marido, requerimiento al que se prestaron el notario Antonio Vicente de Ezpeleta, el infanzón Eugenio Estepa y el estudiante Manuel de Vera, todos epilenses y concluyeron en estas palabras: "Visto y reconocido por nosotros dicho cadáver, hallamos y conocimos que era dicho Excelentísimo Señor don Pedro Pablo Abarca de Bolea Ximénez de Urrea, Conde de Aranda, a quien teníamos tratado de vista y personal comunicación, el cual, en nuestra comprensión, carecía de espíritu vital."
El mismo día 10 de Enero a las 9 de la mañana, todo el capitulo eclesiástico de Épila se reunió en el salón grande del palacio condal con el objeto de concelebrar el acto público de la defunción de Pedro Pablo ( el acto físico se celebraría en el Monasterio de San Juan de la Peña).
Y dicho capítulo se componía de 5 racioneros, 14 beneficiados y el párroco Ignacio Bona, los cuales, con la entonación de un salmo pausado y pomposo anunciaron el inicio de la procesión fúnebre hacia la iglesia de Santa María la Mayor.
El recorrido se inició en el bajo del palacio, para luego seguir por la calle Larga, calle Nueva del capitulo eclesial y ya a la Iglesia.
En la procesión estuvieron presentes la mayoría de los epilenses de la época; además de ser su señor natural, todos sabían de la importancia histórica del personaje que estaba dentro de ese rico y adornado ataúd.... También hicieron acto de presencia las cofradías de la villa, las comunidades de religiosos agustinos y capuchinos, y los confesores de las monjas concepcionistas.
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