Maruja Torres escribió un día que en algunos ejércitos del mundo se hacían test para detectar a los sádicos. Lo malo era que esos test no estaban destinados a expulsar a esas personas perturbadas de sus unidades, sino a ascenderlas. El problema con los policías municipales de Madrid que han deseado todos los males del infierno a la alcaldesa, Manuela Carmena, es que no se trata de personas que estén furiosas con su jefa y que la insulten, algo que seguramente es reprensible y sancionable pero que no reviste especial maldad. Lo malo de los comentarios contra Carmena es que parecen escritos en algunas ocasiones por personas que han pasado esos tests de sadismo. Solo perturbados pueden desear que Manuela Carmena estuviera en el despacho laborista de atocha en el que, en enero de 1977, fueron asesinados cinco abogados compañeros suyos. Y puesto que se trata de personas desequilibradas no se puede consentir que estén armadas ni que tengan capacidad para hacer valer su autoridad como agentes de policía frente a los vecinos de Madrid. No se trata ya de la seguridad de la alcaldesa o del agente que denunció esos mensajes y que ahora se siente amenazado, se trata de la seguridad de los ciudadanos de la capital. ¿Cómo confiar en un policía municipal si puede ser uno de los que alimentan semejantes ideas? Ni tan siquiera se trata de los famosos delitos de odio: algunos de los comentarios hechos públicos son directamente producto de mentalidades sádicas, de personas que se regodean con el dolor ajeno. Cuanto antes se averigüe su identidad y se las despida, mejor para la Policía Municipal y para los vecinos de la ciudad.
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