También había rutas hacia Cataluña, bien por el Ebro en barcazas, bien por tierra a través de los Monegros, por Sariñena, Barbastro o Monzón. Las vías secundarias unían con Castilla por Tarazona, Calatayud o Daroca; con el reino de Valencia se hacía a través de Teruel.
Durante el S. XVI se mejoraron las vías de comunicación y se destinaron 21.000 libras jaquesas por parte de la Diputación para reparar puentes y caminos en numerosos pueblos de las tres provincias. En el S. XVII, ciertos imponderables, la crisis económica y la política proteccionista ocasionaron una merma en el comercio, llegando a perder casi definitivamente, la ruta de Somport. Esta situación obligó a plantearse en el reino la alternativa de conseguir una salida al mar. Se hicieron proyectos para hacer navegable el Ebro hasta su desembocadura en Tortosa o una carretera hasta Vinaroz con objeto de construir un puerto aragonés. También hubo intentos de realizar una carretera hacia las Vascongadas. Al final, se optó por la carretera a Vinaroz, pero diferentes adversidades y el comienzo de la guerra de Sucesión a principios del XVIII, hicieron olvidar el tema.
Cuando los caminos lo permitían, el transporte se hacía en carretas de cuatro ruedas -galeras, en Aragón-, pero lo normal, dado lo abrupto del terreno era que las mercancías se transportasen en mulas y mulos que, según algunos estudios, en tiempos de Carlos I, se cifraron en unos 400.000.
La lentitud era una constante; llevar una reata de mulos desde Zaragoza a Lyon solía tardar unos 35 días. La inseguridad era, por otra parte, otro problema que solía alargar aún más los difrentes trayectos
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