Sergio Ramos ostenta el dudoso honor de ser el futbolista
más antideportivo de la Liga española. Por decirlo de una manera suave. El
capitán del Madrid es el recordman de
las patadas y el juego sucio. Y no es una afirmación gratuita. Ni una opinión
interesada. Es una realidad sustentada en tristes datos: es el líder de
tarjetas rojas (19) y tarjetas amarillas (167).
El jugador más expulsado de todos los tiempos no es,
precisamente, un ejemplo a seguir. Y, por supuesto, tampoco es el más indicado
para dar lecciones de fair-play, como
este domingo intentó hacer con Luis Suárez y Messi tras el tenso clásico del
Camp Nou. Ramos, especialista en entradas violentas, atacó a los dos blaugranas
por su actitud en el campo y en el túnel de vestuarios, acusándoles de
comportamientos poco éticos. Como diría el refrán: se cree el ladrón que todos
son de su condición...
Ramos, a quien los árbitros le han perdonado a lo largo de
su dilatada carrera muchas más tarjetas de las que tiene, debería aprender de
otro capitán para no hacer el ridículo, Iniesta, al que, por cierto, nadie del Madrid saludó cuando salió
del campo. Que un personaje como él, con un
historial tan poco gratificante, intente cuestionar la deportividad de un
jugador tan legal como Messi es un terrible insulto a la inteligencia.
Desde Madrid siempre han defendido los desmanes de Sergio
Ramos. Y ha tenido bula para utilizar la violencia en muchos partidos.
Especialmente contra el Barça. Y contra Messi. Que ahora (porque Leo proteste
una injustísima actuación arbitral) se empeñe en manchar la imagen del crack
blaugrana resulta despreciable.
(El artículo, modificado por mí en parte del texto, está extraído de www.sport.es
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