Antes del comienzo oficial de la Segunda Guerra Mundial (el
1 de septiembre de 1939), y del exterminio que sufrieron los judíos durante el
conflicto, tuvo lugar la chispa que encendió el holocausto.
En agosto de 1938, el gobierno nazi canceló el visado de residencia a todos los
extranjeros, aunque llevaran décadas viviendo en Alemania, Austria y los Sudetes. El progrom, impulsado por el Secretario de Propaganda Joseph Goebbels, hizo que se expulsaran a
17.000 judíos hasta la frontera de Polonia, donde permanecieron a la intemperie
durante semanas porque Polonia se negó a acogerlos. Más tarde serían conducidos a los campos de concentración de Buchenwald y Sachsenhaussen.
La familia Grynszpan fue una de las muchas repudiadas,
excepto Herschel Grynszpan, que por ese momento residía en París con su tío,
por lo que se salvó. En represalia por la medida, el 9 de noviembre de 1938,
Herschel disparó en la embajada de París a un diplomático alemán, Ernst von
Rath.
La noticia corrió como la pólvora, lo que aprovechó Hitler, acérrimo enemigo de los hebreos, para llevar su causa antisemita a los límites que todos conocemos. En Alemania, el suceso no tardó
en causar revuelo, y el gobierno se encargó de tratar la noticia como un
atentado contra la comunidad alemana.
Esa misma noche, el pueblo alemán inició su venganza,
impulsada por el gobierno, y se lanzó a las calles quemando unas 1700 sinagogas, 7000 comercios judíos, asaltando casas, destruyendo cementerios, quemando libros…una espiral de violencia sin precedentes.
Todos los judíos ya eran culpables. Sólo esa noche, murieron más de 100.
Una investigación reciente del periodista e historiador
Armin Fuhrer desveló que la muerte de aquel diplomático alemán pudo evitarse.
Probó con documentos y testimonios que, tras el atentado, su estado era estable
en el hospital, hasta que Hitler, en un gesto aparentemente solidario, mandó a
su médico personal para que le atendiese, pero casualmente, fue entonces cuando
su estado empeoró y finalmente falleció. Esta muerte, al parecer inducida, fue tomada como la de un mártir del régimen nazi. Esta situación benefició a Hitler, y al parecer, no dejó escapar la ocasión.
Esta terrorífica noche fue bautizada como “La noche de los
cristales rotos”, y para muchos fue el inicio del exterminio, que asoló a la
comunidad judía durante muchos años.
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