En Zaragoza, junto al puente de la Almozara, el edificio
ideado para la Unidad
de Montes tiene un huerto en la cubierta. El inmueble ha cambiado varias veces
de uso —la propia Unidad de Montes se desmontó cuando todavía no se había
inaugurado su sede— y ahora funciona como sala de exposiciones temporales.
“También como centro de Estudios Medioambientales del Ayuntamiento”, cuenta su
arquitecto Jaime Magén, que asegura que, gracias a su flexibilidad, el edificio
se ha adaptado a los nuevos usos sin necesidad de ser modificado. Por eso,
señala, el único cambio se ha dado en las cubiertas verdes: los trabajadores se
han apropiado de ellas y cultivan allí tomates y lechugas. No es que un
edificio construido con algo más de dos millones de euros esté justificado como
pedestal para un huerto urbano junto al río Ebro, pero la versatilidad de
algunos inmuebles nacidos de una planificación urbana inmediatista, caprichosa
e irresponsable ofrece un lado optimista y cívico en el drama de la burbuja
arquitectónica que salpica a todo el país.
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