Pompeya fue enterrada por el Vesubio en agosto del año 79 y aquella
tragedia para los hombres de entonces supone para nosotros una fuente
gloriosa de información, que de otro modo no tendríamos a nuestro
alcance de modo tan claro y completo. Allí tenemos desde las grandes
construcciones y casas perfectamente conservadas, hasta detalles casi
cómicos, como el que nos ocupa.
El boticario de Pompeya, poco antes del desastre, debía ser un hombre
sumamente sagaz, ya que instaló su despacho justo al lado del lupanar,
uno de los lugares más famosos y concurridos de Pompeya, entonces, y
sospecho que ahora mismo también. Este famoso burdel, que no era el
único del lugar, tenía dos pisos y sus paredes estaban decoradas con
pinturas eróticas, aunque también hay que dejar claro que este tipo de
dibujos no eran exclusivos de este lugar sino que poblaban la ciudad
romana, dentro y fuera de los edificios.
En cualquier caso, el boticario debió pensar que el lugar era
adecuado para el negocio ya que por una parte la zona, que en realidad
no era una calle principal, tenía un buen tráfico de gente y además un
prostíbulo que siempre es fuente de una serie de males y enfermedades
venéreas que a la postre suponen trabajo y beneficio para un boticario.
Pero toda moneda tiene dos caras y el pobre boticario sufría las
equivocaciones de los visitantes del lupanar. De noche y a menudo
después de haber bebido más de la cuenta, eran muchos los que se
equivocaban de puerta, a pesar de que la pared de la botica tenía dos
serpientes enormes pintadas, emblema ya entonces del gremio.
El boticario se levantaba e iba a atender, esperando que fuera una
urgencia relativa a su negociado, pero a menudo eran hombres buscando
compañía femenina, es decir, buscando el lupanar. Tal fue el hartazgo de
aquel hombre que acabó por poner una inscripción clara en su pared:
“Gente ociosa y trasnochadora, pasa de largo. Lo que buscas está en la
otra puerta. Aquí se viene después por el remedio”.
Como decía, toda moneda tiene dos caras y bien lo sabía aquel
boticario romano que viéndose obligado a poner el correspondiente aviso,
no perdió la oportunidad de hacer algo de publicidad en el mismo y
recordar que allí estaba él para solucionar los males que acecharan al
cuerpo después del paso por el entretenido y concurrido local
colindante.
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