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lunes, 28 de noviembre de 2016

DON QUIJOTE EN ARAGÓN (19)

Don Quijote y Sancho llegan a la venta, que no castillo, y se alojan en ella. Sancho le pregunta al ventero por la comida, a lo que responde el huésped que de todo había. Empieza el manchego a pedirle viandas y, casualidad, todas se han acabado. Sancho, mosqueado, le pregunta qué le queda, respondiendo el ventero:
—Lo que real y verdaderamente tengo son dos uñas de vaca que parecen manos de ternera, o dos manos de ternera que parecen uñas de vaca; están cocidas con sus garbanzos, cebollas y tocino, y la hora de ahora están diciendo: «¡Coméme! ¡Coméme!».
A Sancho le parece bien y el ventero lleva la olla a los aposentos de los manchegos. A punto de empezar a comer, Don Quijote oye a dos personas que están comentando capítulos de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha en una alcoba contigua. Uno de ellos dice que el libro es malo y que "lo que  a mí en este más desplace es que pinta a don Quijote ya desenamorado de Dulcinea del Toboso".
Don Quijote al oír esto, lleno de ira alza la voz y dice:
—Quienquiera que dijere que don Quijote de la Mancha ha olvidado ni puede olvidar a Dulcinea del Toboso, yo le haré entender con armas iguales que va muy lejos de la verdad; porque la sin par Dulcinea del Toboso ni puede ser olvidada, ni en don Quijote puede caber olvido: su blasón es la firmeza, y su profesión, el guardarla con suavidad y sin hacerse fuerza alguna.
Los vecinos preguntan quién es el que habla y Sancho responde que es su amo, el verdadero D. Quijote. Al pronto, penetran en la estancia y le entregan al hidalgo el libro. Don Quijote lo hojea y concluye que el libro es malo,  yerra y  está escrito por un ignorante, no como el que escribió Cide Hamete Benengeli, apostilla Sancho.
Tras larga conversación con los dos caballeros y cenar con ellos, deciden no ir a Zaragoza por haber estado el libro en las justas de la ciudad. Don Quijote pide a los dos vecinos que digan y publiquen la falsedad del libro y se pone como objetivo las justas de Barcelona.
 Al oír todo lo que don Quijote había dicho estos caballeros se quedaron totalmente admirados y se dieron cuenta de que en verdad eran don Quijote y Sancho.
A la mañana siguiente, ponen rumbo a Barcelona, pero primero tienen que atravesar el Ebro. (Continuará).



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