LAS DEPORTACIONES
El nuevo rey asirio Teglatfalasar III (S. VIII a.C.)
reorganizó el caótico imperio haciendo a todos los funcionarios responsables ante él. Las finanzas mejoraron y creó un ejército de mercenarios -muchos no asirios- que evitaron las impopulares levas de campesinos ganando tiempo por no tener que entrenarlos ni sufrir pérdidas de mano de obra. Para ello necesitaba dinero suficiente, lográndolo con tributos a los pueblos circundantes y, una vez conseguido se dedicó a otros pueblos exteriores. Los nómadas medos cada vez estaban más envalentonados, así que fue a por ellos y los hizo tributarios. Lo mismo hizo en el oeste, con los israelitas. Ahora tocaba un enemigo más fuerte en el norte: Urartu. Controló la parte meridional y dejó al reino prácticamente descompuesto. De nuevo, volvió al oeste y acabó con el reino de Siria, apaciguando a los israelitas.
Con los reyes vencidos, Teglatfalasar III aplicó la política del exilio y los apartó de sus lugares de origen, privándoles de sus dioses y lengua. Deportando a sus líderes consiguió romper las raíces y los sentimientos de nacionalidad. La lengua acadia había sido la dominante, pero a partir de estas medidas, otros dialectos semíticos fueron poco a poco introduciéndose entre los acadios: fenicios (sobre le 1500 a.C. ya tenían su alfabeto), hebreo y arameo, sobre todo, éste último, más fácil que el resto y el más empleado en las transacciones comerciales. De pronto, el arameo sustituyó al hebreo y empezó a usarse como segunda lengua en Asiria -los últimos libros de la Biblia están escritos en esta lengua y es posible que en tiempos de Jesucristo se usase con frecuencia-.
Fijó, tras estas acciones, su mirada hacia Caldea y Babilonia y actuó con contundencia logrando convertirse en rey de Babilonia con el nombre de Pulu, cambiando, incluso al dios principal Marduck por el dios todopoderoso asirio Asur.
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