LUIS XVI EN EL CADALSO
Cuando el rey llegó a la plaza de la Revolución, los tambores empezaron a ensordecer con su ruido fatídico. El verdugo Samson, fue por él al carruaje, pero Luis bajó sólo cuando terminó su oración. Cuando llegó al sitio donde estaba la guillotina, se arrodilló al lado del cura y recibió su última bendición. Los ayudantes de Samson intentaron, seguidamente, amarrarle las manos, pero el Rey, indignado, los rechazó diciendo que eso no lo permitiría jamás. Los verdugos estaban prestos a usar la fuerza, pero el abate Edgeworth aconsejó a Luis: "Haga este sacrificio, señor. Este nuevo ultraje es un nuevo trazo de similitud entre su majestad y Dios." Los verdugos ataron sus manos atrás con un pañuelo y, además, cortaron sus cabellos -la leyenda dice que el mismo rey apartó su cabellera para facilitarles el trabajo-. Apoyado en el abate subió hasta la guillotina y en el último minuto, Luis se desvíó y caminó hacia el borde de la plataforma en dirección de Tuilleries, haciendo callar los tambores con sus gritos: "¡Franceses, yo soy inocente, yo perdono a los autores de mi muerte, yo ruego a Dios para que mi sangre vertida no caiga jamás sobre Francia! Y ustedes, pueblo infortunado... En ese momento Beaufranchet, el ayudante general de Santerre, se precipitó a caballo sobre los tamboreros y les dio la orden de tocar. El Rey intentó callarlos, dando golpes con su pie sobre la tarima, pero ya nadie le oía. Los cuatro verdugos, a la fuerza, lo tumbaron sobre la plancha de la guillotina. El rey se resistía, gritaba. La cuchilla bajó con rapidez extraordinaria y cortó su cabeza chispeando de sangre al abate.
Samson cogió la cabeza por los cabellos y la mostró al pueblo.
Los federados, los fanáticos, los furiosos radicales, subieron a la tarima y mojaron sus sables, sus pañuelos, sus cuchillos y sus manos con la sangre del rey, a la vez que gritaban: "¡Viva la nación!", "¡viva la República!", pero casi nadie les respondió. El verdadero pueblo permaneció enmudecido, estupefacto. Una leyenda famosa en Francia asegura que el abate le dio el adiós al rey gritándole: "¡Hijo de San Luis, suba al cielo!" El pueblo se dispersó lentamente. Con incertidumbre y miedo. Con un sentimiento tan contradictorio como la misma duda. La sensación era de desasosiego, malestar en el alma...
No era para menos: La revolución se apresuraba a devorar la sangre de sus más hermosos hijos. La época del terror comenzaba en Francia.
Aclaración: Ayer di unas cifras de diputados que, al parecer, eran inexactas. Según algunos autores, la mayoría absoluta era de 360 diputados y los que votaron condenarlo a muerte fueron 366.
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