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TEXTOS DIVERSOS


El testamento de Alfonso I "El Batallador":

Con la muerte de don Alfonso hallamos una entidad territorial y humana con antecedentes romano-cristiano-visigodos, carolingio-musulmanes, que con el nombre de Aragón, desde el año 828, era un territorio compuesto por los valles de Echo, Ansó y Canfranc, que con nuestro monarca se duplicó el territorio aragonés. Aragón en el siglo XII es tal como hoy lo conocemos.
Al fallecer don Alfonso, se proclamó rey de Navarra García Ramírez, rey de Monzón, aunque poco después Monzón obedecía a Ramiro II con el tenente Miguel de Azlor (diciembre de 1134 a febrero de 1135), aunque entre 1135 y 1136 Monzón cayó en manos de los almorávides.
Según el Derecho aragonés nuestro monarca únicamente disponía de los territorios por él conquistados (acaptos, como Zaragoza), pero no los de Aragón, Sobrarbe, Ribagorza, los reinos de Pamplona, Monzón, las tierras de Huesca. En cuanto a los recibidos en herencia (abolorios): Aragón, Sobrarbe, Ribagorza... estaba obligado a transmitir al familiar más próximo. Pero el asunto se complicaba dado que su hermano Ramiro era un monje benedictino. Los súbditos no aceptaban este testamento. Los navarros, que estaban unidos a Aragón desde 1076, tras la muerte de Sancho de Peñalén, aclamaron como rey de Pamplona a García Ramírez, señor de Monzón e hijo de Ramiro Sánchez y Cristina, hija del Cid, señores de Monzón (1104-1116). García Ramírez era señor y rey de Monzón desde enero de 1131 a agosto de 1134. Los nobles aragoneses eligieron al monje Ramiro, hermano de Alfonso I, que era obispo de Roda. A su vez, el monarca de Castilla, Alfonso VII (1126-57), pariente de don Alfonso, aprovechó estos desacuerdos para ocupar Zaragoza, como descendiente que era de Sancho el Mayor.
Los barones del reino contaban con sus derechos, que según costumbre aragonesa, eran ellos los que debían elegir o aceptar al rey como colaboradores que eran de la reconquista aragonesa y creían que las tierras conquistadas a los moros eran de su propiedad (alodio). La debilidad real de su poder militar hará que el monarca aragonés dependiera muchas veces de estos señores y de la clerecía.
Con el testamento llegó la ruptura de los territorios aragoneses: 1) Pamplona, para García Ramírez; 2) Aragón, para Ramiro el Monje, heredero de la dinastía ramirense con territorios anexionados: Aragón, Sobrarbe y Ribagorza, la Hoya de Huesca... pero Ramiro era monje y no podía ejercer la potestas y necesitaba un bajulus que dirigiera la guerra. La solución la dará don Ramiro con su matrimonio.
El testamento, además, hacía donaciones a los monasterios de Leire, San Millán de la Cogolla, Santiago de Galicia, Silos, San Juan de la Peña...
Testamento idealista, irrealizable. Las Órdenes Militares eran ajenas a la reconquista española y desconocidas en Aragón. Roma era protectora de estas Órdenes y porque Aragón estaba infeudado a la Santa Sede desde Sancho Ramírez (1063-94), de ahí que la Iglesia no viera con buenos ojos el incumplimiento del Testamento. Para la sucesión de don Alfonso había cuatro pretendientes: su hermano Ramiro, Pedro Taresa, nieto del conde de Ribagorza, Sancho Ramírez, hijo natural de Ramiro (1036-63), García Ramírez y Alfonso VII de Castilla.
Ni aragoneses ni navarros se vieron obligados a respetar el testamento. La nobleza aragonesa, reunida en Jaca, ofreció la corona al hijo de Sancho Ramírez, rey de Aragón y de Navarra, monje en San Ponce de Tomeras, llamado Ramiro, nacido en 1084 y ofrecido por su padre como puer oblatus, luego monje y obispo electo de Roda. Con la elección de García Ramírez, como rey de Pamplona y Ramiro el Monje como rey de Aragón, concluía la política emprendida por Sancho el Mayor.
Este testamento acabará durante el reinado de Ramiro II (1134-1137). La Iglesia ignoró el reinado de don Ramiro dada su condición eclesiástica. Para la Santa Sede no hubo más que una transmisión del reino por parte de Alfonso I a las Órdenes Militares, y otra de éste al conde de Barcelona y príncipe de Aragón, Ramón Berenguer IV. Las Órdenes Militares nunca renunciaron a sus derechos hasta que aceptaron unos beneficios por estimarlos útiles y necesarios para regir y defender el país...
La solución vendrá con el matrimonio de Ramiro II e Inés de Poitiers (1135). En Navarra se produjo una excisión: el clero y el obispo de Pamplona, además de los abades de Leire e Irache, siguieron a Ramiro II; la nobleza y los municipios navarros eligieron a García Ramírez, que será rey de Pamplona, Álava, Vizcaya y Monzón. Con el matrimonio de Ramiro II e Inés de Poitiers (1135), del que nacerá la primera reina de Aragón, doña Petronila (1136-1162), se daba solución, aunque al parecer, se pactó el matrimonio de Petronila con el rey de Castilla, pero se optó finalmente por el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, dando nacimiento a la Corona de Aragón, con el hijo nacido de ambos, Alfonso II el Trovador o el Casto, siendo solucionado el problema con las Órdenes Militares.

LA REPRESIÓN EN BARDALLUR DURANTE LA GUERRA CIVIL.-



El carácter árabe

Hasta la aparición del profeta Mahoma (año 571 d.C.), los árabes no habían tenido gran importancia en el mundo. Formaban numerosas tribus antagónicas, guerreras y crueles; eran pastores nómadas en el Heyaz (frente a la costa del mar Rojo), agricultores en el Yemen, salteadores en sus fronteras, y soldados mercenarios en el extranjero. Fue un pueblo que, escapando a las conquistas del persa Ciro, del macedonio Alejandro y de los romanos, conservó la vida patriarcal que aprendieron de sus abuelos, hijos (según la tradición) de Ismael. No formaba un estado homogéneo, sino que estaba dividido en tribus, gobernada cada una de ellas por un jefe particular o emir, envueltas por lo general en guerras entre sí o con sus vecinos, suscitadas siempre por querellas y disputadas de pastores pobres sobre pastos, abrevaderos (lugares con agua para dar de beber al ganado), robos y venganzas.
Cuando estaban en paz, los caballeros árabes, que siempre tuvieron fama de excelentes arqueros y hábiles en el manejo de la espada y de la lanza, vendían sus servicios a los reyes de Egipto, de Persia o de Siria.
Hasta pocos años antes de la venida de Mahoma ignoraban aún el alfabeto y el arte de escribir.
Los árabes son blancos y tienen cercano parentesco con los hebreos. Se llamaban descendientes de Ismael, hijo del patriarca bíblico Abraham, y de Agar, su esclava egipcia, y había en ellos una mezcla singular de salvajismo y de instintos caballerescos. Por ejemplo, estaba permitido enterrar vivas a las niñas al nacer, porque su nacimiento era considerado una desgracia. “Éramos tan míseros -señalaron los mensajeros del califa Omar al rey de Persia, cuando les interrogó sobre lo que el profeta hiciera-, que había entre nosotros gente que debía aplacar su hambre devorando insectos y serpientes; y otros se veían obligados a hacer morir a sus hijas para no compartir con ellas sus alimentos. Sumidos en las tinieblas de la superstición y de la idolatría, sin leyes, ni frenos, enemigos siempre unos de otros, no pensábamos más que en saquearnos y destruirnos mutuamente”. Pero en el combate, por el contrario, se veía a árabes tender una lanza a su adversario desarmado.
Respetaban religiosamente las leyes de la hospitalidad y la palabra dada. Al igual que los griegos, apreciaban la poesía, y tenían concursos poéticos durante los cuales se suspendían los enfrentamientos armados, cualquiera que fuese la guerra en que estuviesen envueltos.

La religión antes de Mahoma


Antes de Mahoma las tribus árabes habían tenido una gran variedad de cultos, entre los cuales los más extendidos eran los del Sol y de los principales astros; y como tomaron de los pueblos con los cuales comerciaban muchas de sus divinidades, su Panteón (templo dedicado a todos los dioses) estaba tan poblado como el Olimpo (morada a los dioses) grecorromano.
Inscripciones asirias siete u ocho siglos anteriores a Cristo demuestran que, en una época muy remota, los árabes eran politeístas y erigían estatuas a sus dioses.
Sin embargo, existían gérmenes de unidad entre aquella variedad de cultos de Arabia, y le bastó a Mahoma desarrollar dichos gérmenes para llevar a cabo la empresa de unificación que había acometido. Estaba, como ya se indicó, la Caaba, templo venerado por todos los pueblos de la península, los cuales iban a visitarlo en romería desde mucho tiempo antes. Ya se indicó que la Caaba era el verdadero Panteón de los dioses de Arabia, y, cuando Mahoma apareció, contenía las estatuas o imágenes de 270 dioses (ciertos libros hacen subir este número a 370), entre los cuales, según testimonio de los autores árabes, figuraban Jesucristo y la Virgen María. Todos los pueblos de Arabia cifraban su gloria en adornar la Caaba, siendo hasta para los judíos un sitio muy venerado. La custodia del templo estaba confiada a los árabes de la tribu de los coreixitas, quienes, por esta razón, disfrutaban de una autoridad religiosa que toda Arabia reconocía.
Muchos árabes adoraban un solo Dios, sin contar los que ya en tiempos de Mahoma practicaban el cristianismo o el judaísmo, los cuales eran bastante numerosos. Se los llamaba hanyfes, título que Mahoma se complacía en aplicarse, y no solo admitían un Dios único - lo cual es uno de los principios fundamentales del Corán-, sino que enseñaban -lo cual es otro de los más esenciales principios del mismo libro-, que el hombre debe someterse a la voluntad de Dios de un modo tan absoluto como Abraham cuando se disponía a degollar a su hijo Isaac. No sin razón ha podido, pues, Mahoma decir en el Corán que había habido musulmanes antes de él.
Esta concentración de dioses en la Caaba de La Meca hacía posible la fusión de los diversos cultos en uno solo, resultado facilitado también por el hecho de que los adoradores de aquellas divinidades hablaban la misma lengua. Había llegado el momento en que todos los árabes podían unirse en una sola creencia. Así lo comprendió Mahoma, y esto le dio la fuerza que tuvo. Lejos de pensar en fundar un culto nuevo, según a veces se repite, se concretó a predicar que el único dios verdadero era el fundador de la Caaba, que toda Arabia veneraba, es decir, el Dios de Abraham.