No sé si han visto la terrible foto de Darius, el gitano de dieciséis
años apaleado hasta el coma en un suburbio de París y abandonado como un
fardo de carne rota en un carrito de supermercado. EL PAÍS denunciaba
ayer los riesgos del sensacionalismo; la familia de la víctima no
deseaba que se publicara la foto y eso es prioritario, desde luego,
pero, por otro lado, ¡es una imagen tan reveladora de la brutalidad
racista, fascista e intolerante que está creciendo como la espuma por
todas partes! A lo largo de mi vida he deseado en varias ocasiones, por
pura desesperación, irme de España; ahora deseo irme de esta Europa que
revienta a palos a los Darius. Aumenta por doquier la nostalgia del
autoritarismo; la gente quiere respuestas simplificadoras y
tranquilizadoras, la gente quiere seguridad al precio que sea y todo eso
fomenta el populismo. Ya hemos vivido esto en Europa, pero el
desconocimiento del pasado puede obligarnos a repetirlo. He oído decir a
personas de 40 años que ahora hay en España menos libertades que en
época de Franco, una afirmación tan ignorante que incluso da miedo
(verán, en una dictadura no puedes expresar tus ideas en una cafetería,
por si te oyen, y a veces ni te atreves a hablar en voz alta en tu casa,
por los vecinos). El primer emperador romano, Octavio Augusto,
consiguió sus inmensos y abusivos poderes porque la República se los
otorgó de buen grado. ¿Y por qué hizo semejante barbaridad la República
romana, por qué se suicidó? Cuncta fessa, explicó Tácito: “Todo
el mundo está cansado”. Sí, estaban cansados de la inseguridad política
y social y no creían en las instituciones. Así perdió Roma sus derechos
y libertades durante siglos. A veces los pueblos se suicidan.
Rosa Montero en www.elpais.com.
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