
Había viajado a Florencia para embargarme de Rafael, mi pintor favorito, pero más que del pintor de Urbino me embargaba de turistas de todas partes: europeos, americanos, asiáticos, africanos. Tantos pasaban alrededor, portando sus guías de viaje, que al final me mareaba tratando de adivinar su procedencia. Como la de aquella mujer que había comenzado a seguir por las salas del palacio Pitti. [continuar leyendo ...]
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