D. Quijote y Sancho caminan de noche y ven, a lo lejos, una comitiva de gente con antorchas que se dirige hacia ellos. En seguida, ve en esta situación una aventura, a pesar de los consejos de Sancho. Sin embargo, sale a su encuentro y les dice:
“Deteneos, caballeros, quien quiera que seais, y dadme
cuenta de quién sois, de dónde venís, a dónde vais, qué es lo que en aquellas
andas lleváis, que, según las muestras, o vosotros habeis fecho, o vos han
fecho algún desaguisado, y conviene y es menester que yo lo sepa, o bien para
castigaros del mal que ficisteis, o bien para vengaros del tuerto que vos
ficieron. Vamos de priesa, respondió uno de los encamisados, y está la venta
lejos y no nos podemos detener a dar tanta cuenta como pedís. Y picando la mula
pasó adelante. Sintióse desta respuesta grandemente Don Quijote, y trabando a
la mula del freno dijo: Deteneos y sed más bien criado, y dadme cuenta de lo
que os he preguntado; si no, conmigo sois todos en batalla.
Era la mula asombradiza, y al tomarla del freno se espantó
de manera que alzándose en sus pies dió con su dueño por las ancas en el suelo.
Un mozo que iba a pie, viendo caer al encamisado, comenzó a denostar a Don
Quijote, el cual, ya encolerizado sin esperar más, enristrando su lanzón
arremetió a uno de los enlutados, y mal ferido dio con él en tierra, y
revolviéndose por los demás, era cosa de ver con la presteza que los acometía y
desbarataba, que no parecía sino que en aquel instante le habían nacido alas a
Rocinante, según andaba de ligero y orgulloso. Todos los encamisados eran gente
medrosa y sin armas, y así con facilidad en un momento dejaron la refriega, y
comenzaron a correr por aquel campo con las hachas encendidas, que no parecían
sino a los de las máscaras, que en noche de regocijo y fiesta corren. Los
enlutados, asimismo revueltos y envueltos en sus faldamentas y lobas, no se
podían mover; así que muy a su salvo Don Quijote los apaleó a todos, y les hizo
dejar su sitio mal de su grado, porque todos pensaron que aquel no era hombre,
sino diablo del infierno, que les salía a quitar el cuerpo muerto que en la
litera llevaban.
Todo lo miraba Sancho admirado del ardimiento de su señor, y
decía entre sí: Sin duda este mi amo es tan valiente y esforzado como él dice.
Estaba un hacha ardiendo en el suelo junto al primero que derribó la mula, a
cuya luz le pudo ver Don Quijote, y llegándose a él le puso la punta del lanzón
en el rostro, diciéndole que se rindiese, si no que le mataría: a lo cual
respondió el caído: Harto rendido estoy, pues no me puedo mover, que tengo una
pierna quebrada; suplico a vuestra merced, si es caballero cristiano, que no me
mate, que cometerá un gran sacrilegio, que soy licenciado y tengo las primeras
órdenes. ¿Pues quién diablos os ha traído aquí, dijo Don Quijote, siendo hombre
de iglesia? ¿Quién, señor? replicó él caído. Mi desventura. Pues otra mayor os
amenaza, dijo Don Quijote, si no me satisfaceis a todo cuanto primero os
pregunte. Con facilidad será vuestra merced satisfecho, respondió el
licenciado; y así sabrá vuestra merced, que denantes dije que yo era
licenciado, no soy sino bachiller, y llámome Alonso López; soy natural de
Alcovendas, vengo de la ciudad de Baeza con otros once sacerdotes, que son los
que huyeron con las hachas, vamos a la ciudad de Segovia, acompañando un cuerpo
muerto que va en aquella litera, que es de un caballero que murió en Baeza,
donde fue depositado, y ahora como digo, llevábamos sus huesos a su sepultura,
que está en Segovia, de donde era natural”.
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