El lunes 28 de septiembre del 36 el asedio al Alcázar termina definitivamente y se ocupa Toledo. El coronel Moscardó, jefe de la defensa, recibe al comandante en jefe de las tropas liberadoras , el general Varela, que le entrega una de sus dos Cruces Laureadas. Moscardó pronuncia, o así se le atribuye, la frase que ha pasado a la historia. " Sin novedad en el Alcázar, mi General".
Ruinas del Alcázar el 28 de septiembre.
Quintanilla afirma:
‘La defensa del Alcázar de Toledo’, igual que si fuese la trascendental defensa de una posición clave que contiene el avance de un ejército; por ejemplo, el alemán delante de Verdún en 1916. Y el Alcázar no contuvo nada, ni controló la provincia toledana ni tan siquiera la ciudad; sólo distrajo las mal equipadas y peor entrenadas fuerzas de unos dos mil milicianos y el empleo de varios cañones que pudieron servir en otro frente de mayor importancia. Lo justo y preciso es decir ‘los defendidos por el Alcázar’, cuyos sólidos muros de piedra y su emplazamiento protegieron a los autoencerrados en él. Para un ejército bien equipado, ya en 1936, su destrucción total, su arrasamiento, hubiera sido cuestión de poco tiempo, y ningún militar capacitado, si pretendía colaborar con eficacia a la sublevación armada contra el pueblo, hubiera embutido allí todas sus fuerzas, teniendo la magnífica línea defensiva del promontorio de la ciudad y sus viejas murallas al norte, protegido el resto por el río Tajo. Pero ya veremos cómo, desde el fracaso de los sublevados en Madrid, la única intención de los rebeldes de Toledo fue la de esperar que sus compañeros les librasen del encierro.
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