DON QUIJOTE EN ARAGÓN (18)


Tras el episodio de los toros, los dos manchegos encuentran una fuente donde poder beber y asearse. Don Quijote está sumamente pesaroso y ni ganas tiene de comer. Sancho, sin embargo, está hambriento y deseoso de meterle mano al pan y al queso que ha preparado sentado en el suelo de mullidas hierbas. No pudiendo más, empieza a comer con avidez y Don Quijote le dice:

"-Come, Sancho amigo, sustenta la vida, que más que a mí te importa, y déjame morir a mí a manos de mis pensamientos y a fuerzas de mis desgracias. Yo, Sancho, nací para vivir muriendo, y tú para morir comiendo; y, porque veas que te digo verdad en esto, considérame impreso en historias, famoso en las armas, comedido en mis acciones, respetado de príncipes, solicitado de doncellas; al cabo al cabo, cuando esperaba palmas, triunfos y coronas, granjeadas y merecidas por mis valerosas hazañas, me he visto esta mañana pisado y acoceado y molido de los pies de animales inmundos y soeces. Esta consideración me embota los dientes, entorpece las muelas, y entomece las manos, y quita de todo en todo la gana del comer, de manera que pienso dejarme morir de hambre: muerte la más cruel de las muertes". 

Don Quijote le insinúa, además, que se dé 300 o 400 latigazos para restar a los 3.000 que ha de darse para desencantar a Dulcinea, a lo que Sancho le responde que ya habrá tiempo para eso y que darse latigazos así como así no es muy agradable. Estas palabras animan levemente al hidalgo que come un poco y "entrambos", se echan adormir sobre los "colchones" verdes.

Cuando despiertan, deciden acercarse a una venta próxima -¡insólito! Don Quijote llama por primera vez venta y no castillo- para pasar la noche. (Continuará).

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