Astuto en ocasiones, más ingenuo de lo que pudiera pensarse en otras, tuvo, sin embargo, una gran influencia en la política hispana controlando Navarra y Aragón e interesándose por Castilla. Su hijo Fernando sería a su muerte, el que llevaría a efecto el deseo de su padre: La unión dinástica de Castilla y Aragón. Siglos más tarde fue vilipendiado por los historicistas catalanes (Verdaguer, Aribau, Maragall...) de la Renaixença -movimiento cultural del S. XIX que abogaba por el catalán como lengua cultural, por la exaltación patriótica y por los temas históricos- por ser un monarca autoritario y falto de respeto a las tradiciones de la Corona aragonesa, además de estar, en ocasiones, más pendiente de los asuntos castellanos que de los que realmente debían preocuparle, Juan II tuvo muchos conflictos que resolver, incluso con alguno de sus hijos, como el que tuvo que afrontar en Navarra con Carlos, Príncipe de Viana, el venerado por la historiografía catalana. La guerra de Cataluña dejó las arcas del reino al borde de la bancarrota y el rey se tornó tacaño y reservado en asuntos económicos.
Fue Juan II un tanto mujeriego, algo que heredaría, también su hijo Fernando. De su primer matrimonio con Blanca de Navarra tuvo 3 hijos y de su segunda, Juana Enríquez, 4. Además de estos hijos legítimos se le atribuyen 6 o más ilegítimos con diferentes damas castellanas, aragonesas y navarras. Hasta en su senectud mantuvo una relación lasciva con una jovenzana llamada Rosa.
Juan II contaba con 80 años cuando murió y fue enterrado en el Monasterio de Poblet.
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