ZARAGOZA S. XVIII

Podemos considerar al siglo XVIII como el siglo de la Ilustración. Tras comenzó la guerra de sucesión al trono de España, diferentes factores propiciaron la llegada del liberalismo al país. En Aragón se recortaron sus privilegios que, sin embargo, beneficiaron a Zaragoza como el centro comercial del valle del Ebro, lo que supuso prosperidad y crecimiento demográfico.
La Guerra de Sucesión fue un conflicto dinástico que enfrentó al archiduque Carlos, de la casa de los Austrias, con Felipe de Anjou, de la dinastía francesa de los Borbones. El triunfo de Felipe V supuso la entrada en España de numerosas reformas políticas (supresión de los fueros, Cortes, Diputación y reino, pero creación de la Real Audiencia  y de la Capitanía General).

En  Zaragoza vivían  poco más de 40.000 habitantes. Esta sociedad mantenía su estructura estamental, donde la oligarquía tradicional y los cargos eclesiásticos ostentaban una situación preeminente y cargos importantes (caso del conde de Aranda). Otro sector era la burguesía, bien fuera urbana (comerciantes, funcionarios, clérigos, militares), bien fuera rural. Por último las clases populares, un campesinado sometido al riguroso régimen feudal y un proletariado urbano, sectores desfavorecidos que protagonizaron diversos altercados y motines (como el de 1764 y el de 1784) ante su mala situación económica y los problemas de abastos que sufrieron.

La burguesía urbana de la ciudad, compuesta por no más de quinientas personas, formó parte de la burocracia zaragozana y tuvo poder decisorio e influyente en muchas instituciones políticas, administrativas y culturales de la ciudad, como el Ayuntamiento, la Real Audiencia, la Universidad, la poderosa Casa de Ganaderos, la Sociedad Económica Aragonesa y la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País. La importancia que alcanza esta burguesía, de entre la que destacó la figura de Ramón Pignatelli (en la imagen) está muy unida a la Ilustración y a la preocupación de los ilustrados por mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos. Dicha preocupación tuvo su reflejo en diversas acciones, unas de carácter asistencial, ejecutadas en instituciones benéficas como la Casa de la Misericordia -creada en en S. XVII para mitigar la pobreza de muchos ciudadanos, pero mejorada por Pignatelli en el siglo siguiente con la creación de una fábrica textil y una plaza de toros para sufragar los gastos-, y otras de carácter económico, como el reparto de las tierras regadas por el Canal.





El Canal Imperial de Aragón se planteó como una necesidad tras la rotura de la antigua Acequia Imperial en 1722. Las obras empezaron en 1768, pero el impulso definitivo se dio cuando en 1772. Pignatelli fue nombrado gestor general. D. Ramón modificó el proyecto, reorganizó los regadíos, mejoró la producción y procedió al reparto de las parcelas entre las clases populares. En 1784, tras años de construcción, las aguas del canal llegaron a Zaragoza. Vinculados a su construcción se encuentran en la ciudad algunos monumentos neoclásicos de gran interés, como la Casa Tarín o del Canal Imperial, la fuente de los Incrédulos y sobre todo la iglesia de San Fernando -en la que intervino el pincel de Goya- que sirvió de parroquia a las familias que trabajaron en la obra del canal (en la imagen). Destaca además este edificio por ser el único ejemplo de arquitectura religiosa neoclásica de Zaragoza, ya que este estilo artístico está más dirigido al ámbito civil, bien sea en palacios y casas particulares (Palacio de los condes de Sobradiel, Arzobispal, de la familia de Palafox) o elementos públicos, como la Puerta del Carmen, construida en 1792 por el arquitecto Agustín Sanz.

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