LOS CÁTAROS (3)

Gregorio VII y humillación de Enrique del S.I.R.G. IV ante el Papa.


Para entender por qué surgieron, hay que retroceder unas décadas en el tiempo, a finales del siglo XI, a la auténtica revolución que el papa Gregorio VII llevó a cabo entonces en la Iglesia católica. La llamada «reforma gregoriana» se propuso erradicar las malas costumbres del clero, en particular dos de ellas: la simonía, esto es, el acceso a los cargos eclesiásticos a cambio de dinero, y el nicolaísmo, como se conocía la práctica del amancebamiento de los clérigos, imponiendo,  el celibato, es decir la prohibición del matrimonio de los sacerdotes. Para impedir la injerencia del poder político en los asuntos eclesiásticos, entre 1074 y 1124 el papado se embarcó en una larga pugna con los emperadores, la llamada Querella de las Investiduras. El resultado fue la creación de un nuevo modelo de Iglesia en el que los papas reforzaron inmensamente su poder, hasta el punto de que algunos autores han hablado de una teocracia pontificia.

Esta evolución suscitó el descontento de una parte del clero católico, que seguía defendiendo la práctica de la pureza y del modelo de vida evangélico como única vía de perfección. Las críticas contra la jerarquía de Roma, acusada de traicionar la tradición de la Iglesia de los tiempos apostólicos, surgieron por parte de ciertos miembros del clero, que a su vez se vieron acusados de herejía por las autoridades eclesiásticas. Los cátaros procedían de estos sectores descontentos de la Iglesia. Se caracterizaron por su crítica radical contra el papado y la jerarquía romana y por pretender ser los únicos herederos de los apóstoles, conservando el poder espiritual de salvar a los hombres que Jesús les había confiado al volver en Pentecostés.
 Aunque se conocen focos cátaros en lugares como el obispado de Colonia, fue en las regiones meridionales de la cristiandad, principalmente en el sur de Francia, en los condados catalanes de los Pirineos y en Italia, donde al final arraigaron. Allí, una serie de príncipes y señores feudales –los condes de Toulouse y de Foix, los vizcondes de Trencavel (señores de Albi, Carcasona, Beziers, Limoux y Agde)– favorecieron la acogida e implantación de la herejía. En general, los cátaros se instalaron en los llamados castros o burgos castrales, pequeños pueblos fortificados que surgieron desde el año Mil al abrigo de los castillos feudales.

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