LA MUERTE DEL CONDE DE ARANDA


A las 4 de la tarde de un día como hoy, 9 de enero de 1798 y a los 79 años de edad, moría en su palacio de Épila el Conde de Aranda. Pedro Pablo Abarca de Bolea se había enfrentado al favorito Godoy en varias ocasiones en la forma de actuar en política, lo que le costó su destitución del Consejo de Estado y ser desterrado a Jaén en 1796. De allí, fue trasladado a la fortaleza de la Alhambra granadina, pero el clima le sentaba fatal y enfermó de perlesía, impidiéndole parte de sus movimientos. Su médico solicitó cambiar de aires para evitar el empeoramiento de la enfermedad y le fue permitido acudir a los baños de Alhama de Granada. Pero, su salud no evolucionaba  favorablemente y, de nuevo, fue llevado a la Alhambra hasta que se le permitió desplazarse a Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). El viejo Aranda  fue amnistiado por un eufórico Godoy que habia firmado la Paz de Basilea con Francia y había sido nombrado "Príncipe de la Paz", y se le permitió retirarse a sus posesiones de Épila (Zaragoza). Llegó el Conde a finales de 1795 y, hasta su muerte, se dedicó a recorrer a caballo sus fincas, en especial la de Mareca, a interesarse por sus fábricas y a escribir cartas y más cartas. Cuentan que después de esas vueltas por la huerta, entraba con el caballo hasta el comedor de su palacio, desmontaba  y se sentaba a la mesa tan pancho. D. Pedro Pablo no había tenido nietos y le gustaba rodearse de los niños para preguntarles si iban a la escuela y si llevaban limpias las manos y las orejas, comprándoles jabón si era necesario. También se confabulaba con ellos para que rompieran a pedradas los cántaros, botijos y otros cacharros que los vendedores llevaban a las fiestas para ponerlos a la venta, mientras, él, oculto, disfrutaba con el enfado del vendedor y, cuando lo estimaba oportuno, salía y hablaba con el perjudicado saldando la deuda de los desperfectos. En fin, un anciano amable y generoso. 

             Tumba de D. Pedro Pablo en el Monasterio de San Juan de la Peña

Al morir sin sucesión, el condado de Aranda pasó al de Híjar.

(En la imagen, busto del Conde realizado en la Real Fábrica de Porcelana y Loza de Alcora -Castellón- fundada por su padre D. Buenaventura).

                              

Iglesia de Santa María la Mayor de Épila en la actualidad
EL FUNERAL.-

Debido a lo extenso del texto, voy a resumirlo para que no resulte tediosa su lectura:

A las 9 de la mañana del 10 de enero de 1798, tras los recados de urbanidad,  avisos necesarios a las reverendas comunidades y personas distinguidas y visibles y los solemnes toques de campanas, se congregaron en el salón del palacio del conde, 20 sacerdotes seculares, a los que se les añadieron regulares de los tres conventos de la villa, con objeto de llevar el cadáver a la iglesia. Se formó una gran procesión con gran nº de personas del Estado Llano y las cofradías del pueblo. Iban también los representantes del Ayuntamiento con el Alcalde Mayor y el 1º a la cabeza y representantes y familiares de la viuda. Bajaron hacia la calle de las Monjas , tomaron la calle Larga y la calle Nueva del Capítulo, llegando a la Parroquial donde se celebró el oficio de difuntos. Concluidas las exequias y misa de cuerpo presente, se procedió, con el consentimiento de la condesa viuda de Aranda, y actuando de testigos dos vecinos de Épila, a la entrega del cadáver para ser porteado a su destino, el Real Monasterio de San Juan de la Peña, como lo había ordenado el difunto en su testamento, y ser colocado “en el sepulcro de los Reyes sus mayores”. Se cerró el ataúd y lo colocaron en un coche “con la ostentación debida”,  y se comenzó el viaje a las doce y cuarto.  El trayecto  al monasterio se desarrolló en tres días con dos escalas.

                

De las idas y venidas del cadáver de D. Pedro Pablo, daré cuenta en otra ocasión.

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