Un amigo mío ha pasado por un hospital andaluza para curarse de un problema respiratorio que le surgió a primeros de año. Junto a su pareja, decidieron ir a urgencias y, tras pasar el triaje, fueron enviados a la sala de espera. Aquel lugar era un circo, había gente por los pasillos, gente en camas, sillas de ruedas y personas, muchas personas. Allí permaneció mi colega hasta que fue llamado a consulta. El médico lo diagnosticó y lo mandó a enfermería para que le pusieran una vía. Una vez hecha esta operación, vuelta a la atestada sala. Al cabo de un rato, lo llamaron para que fuese a enfermería y allí le sacaron sangre y orina para hacer un análisis. Vuelta a la sala maldita. Otra llamada a enfermería, pues la orina, al parecer, se había extraviado. Vuelta al lugar señalado, que cada vez estaba más lleno, hasta el punto que un celador y el guardia de seguridad tuvieron que obligar a desalojar a los que no fueran acompañantes oficiales. Habían pasado ya unas tres horas y pico. Al fin, fue llamado a consulta y allí le comunicaron que lo iban a dejar ingresado, pues su afección no tenía buena pinta. Tras un gotero con antibiótico y suero. lo levaron a una salita anexa y los sondaron. Según él, algo desagradable.
Como el hospital estaba completo en planta, lo enviaron a una unidad de observación al que él denominó como el "pasillo de los horrores". Unas 15 camas con personajes de todo tipo, mayores en su gran mayoría. Uno de los pacientes no paraba de gritar que quería irse a su casa, que cómo se pedía el alta voluntaria...todo ello a gritos, pese a ser una hora avanzada de la noche. Otro, contagiado, decía lo mismo y, uno, más allá, pedía agua sin parar, mientras le contestaban que estaba a dieta absoluta. Para colmo, alguien insinuó que olía a humo. El nerviosismo era generalizado. Por fin llegó la calma. A la mañana siguiente, entró una paciente que parecía sufrir un estado catatónico. No se movía y tenía los ojos cerrados. Fueron familiares a verla, pero ni se coscó. Cuando se fueron, de repente, abrió los ojos y dos agujeros negros y brillantes se clavaron en la cara de mi amigo. Según me dijo, fue esperpéntico. Esta vez el que pedía agua, gritaba como un loco: ¡comida! ¡hambre!...Mi amigo recibió la buena noticia de que se había quedado una cama libre y que lo enviaban a planta. ¡Qué alivio!
En la habitación había otro paciente con la misma dolencia. Era un señor mayor rodeado de familiares que no lo dejaban ni a sol ni a sombra, pero muy buena gente, por lo que terminaron haciendo buenas migas. En esta estancia permaneció mi amigo varias noches escuchando los ayes y lamentos de una señora mayor que no paraba nunca, solo por a mañana, supongo que debido al cansancio, dejó la retahíla. El viernes, a las 4 de la tarde, salió del recinto rumbo a su casa.
Me indicó que la comida era bastante buena, de calidad y variada y que las galletas solo se las habían puesto una vez, pero eran dietéticas. La fruta era fresca de temporada.
En cualquier caso, el deterioro de la sanidad pública es evidente: muebles viejos, camas infames (en bastantes casos), escasez de sábanas y pijamas...pero, sobre todo, la explotación de los trabajadores, por cierto, excelentes profesionales , amables y empáticos.

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