Dada la rapidez con la que hemos caído en la mendicidad, cabe preguntarse si
el euro con el que acudimos a las rebajas de las rebajas no será una pobre
peseta disfrazada de señora rica. Nos viene ahora a la memoria la alegría
absurda con la que recibimos el advenimiento de la moneda única, pese a los
destrozos que produjo en nuestras existencias. La vida se encareció de hoy para
mañana en un veinte o un treinta por ciento. Nos hizo más pobres, en fin, porque
todo se redondeó hacia arriba y porque teniendo una moneda de millonarios nos
daba vergüenza andar con una contabilidad de pobres. Nos vendieron tan bien
aquella peseta de cobre con antifaz de oro que salíamos en los telediarios
dándonos palmadas en la espalda. Hasta Aznar se vanaglorió durante años, con
toda la cara, de habernos metido en ese club en el que ahora nos tratan como a
unos apestados o como a ese pariente pobre que intenta guardar las apariencias
con unos Levi´s falsos y un Rolex falso y un bolso de Loewe falso y unas Adidas
falsas. Y eso que la entrada en el club se hizo a base de sacrificios a los que
también entonces llamábamos reformas. Enseguida descubriríamos que nuestro
sistema financiero era falso y que nuestras cajas de ahorro, todas falsas,
estaban dirigidas por expertos falsos que robaban dinero verdadero sin que
ninguno de ellos haya dado aún con sus huesos en la cárcel. Todo falso, incluida
esta pobre democracia apenas estrenada. Lo curioso es que en el reciente triunfo
futbolístico de España haya sido decisiva la figura del falso nueve, que por lo
visto es en realidad un ocho: finge que juega arriba, cuando en realidad juega
abajo, para desconcertar al adversario. Parece mentira que siendo tan buenos en
la utilización del falso delantero no hayamos sido capaces de detectar las
imitaciones que nos han vendido a precio de marca.
Reproduzco el artículo de Juan José Millás en EL PAÏS de hoy, 6 de julio, pues no tiene desperdicio.
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