Un tal Martín Domínguez, vasco de nacimiento, iba diciendo por ahí que Lorca era homosexual. Luis Buñuel no daba crédito a esa información y optó por preguntárselo directamente a Federico.
(Sic) Estábamos sentados en el refectorio uno al lado del otro, frente a la mesa presidencial en la que aquel día comían Unamuno, Eugenio D´Ors y D. Alberto, nuestro director. Después de la sopa, dije a Federico en voz baja:
-Vamos fuera. Tengo que hablarte de algo muy grave.
Un poco sorprendido, accede. Nos levantamos.
Nos dan permiso para salir antes de terminar. Nos vamos a una taberna cercana. Una vez allí, digo a Federico que voy a batirme con Martín Domínguez, el vasco.
-¿Por qué? -me pregunta Lorca.
Yo vacilo un momento, no sé cómo expresarme y a quemarropa pregunto:
-¿Es verdad que eres maricón?
Él se levanta, herido en lo más vivo y me dice:
-Tú y yo hemos terminado.
Y se va.
Desde luego, nos reconciliamos aquella misma noche. Federico no tenía nada de afeminado ni había en él la menor afectación. Tampoco le gustaban las parodias y la bromas al respecto, como la de Aragon, por ejemplo, que cuando años más tarde vino a Madrid a la Residencia a dar una conferencia, preguntó al director, con ánimo de escandalizarle -propósito plenamente logrado-"¿No conoce usted algún meadero interesante?
(Continuará)
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