Era lugar
adecuado para usar los baños y contemplar un pequeño museo faunistíco de la
zona. Zorros, ñandús (avestruces) liebres patagónicas, vizcachas, serpientes, aves, etc.
De nuevo en el
autocar proseguimos, siempre con las amenas explicaciones del guía y el repique de las piedrecitas en los bajos del
vehículo. Al pasar próximos al Golfo de San José, el guía nos hizo observar una
pequeña isla que había en medio. Nos dijo que vista la isla desde un avión
parecía que una boa se tragara un elefante. Esa imagen es la que el
experimentado piloto Antoine de Saint
Exupéry describió en su libro “El Principito”. Pronto llegamos a Punta Norte.
Allí, desde una cierta altura, vimos a los elefantes marinos tomando sus
sesiones de rayos solares y, de vez en cuando, arrastrándose poco a poco hasta
meterse en el agua.
Después nos
condujeron a la Caleta Valdés y allí pudimos ver y hasta casi tocar a los
pingüinos magallanicos que, con cara angelical caminaban unos o empollaban
(incubaban) un huevo otros. Al otro lado
de la cala, numerosos lobos de mar entraban o salían del mar. Por suerte para
ellos, ese día, al menos en el tiempo que nosotros los contemplamos, ninguna
orca los atacó como parece ocurre muchas veces.
Ya se hacía
medio día cuando nos llevaron a Puerto Pirámides en el Golfo Nuevo. Se nos dijo
que debíamos aprovechar para almorzar ya que el estado de la mar había
aconsejado no embarcar aquella mañana para ver las ballenas. No obstante se nos
informó de que para las cuatro de la tarde se pronosticaba poder navegar e
ir al avistamiento.
Comimos,
tomamos café y sobre las cuatro de la tarde ya nos colocaron el chaleco
salvavidas y nos encaminamos a la embarcación. Más que un barco era una lancha
posicionada en un transportín metálico enganchada con un timón largo a un
tractor-oruga. Cuando hubimos subido comenzó a rodar el tractor en dirección al
mar y cuando la lancha comenzó a flotar se soltaron los artilugios que la
amarraban. El tractor salio del agua y nuestra lancha zarpó por el Golfo Nuevo
hacia donde los cuatro miembros de la tripulación (capitán, ayudante,
fotógrafo-guía en castellano y guía en inglés) sabían que estaban las ballenas.
En un momento
dado, en uno de los costados de la lancha apareció lo que creímos era una
ballena. La tripulación nos dijo que se trataba del ballenato el cual había
nacido en aquel lugar y al que la
ballena madre estaba alimentando con 250 litros de leche diarios. Nos dijeron
que la ballena saldría mas tarde ya que tiene más capacidad de mantenerse más
tiempo dentro del agua. Efectivamente, salió la ballena. Era una cosa enorme
que tras respirar volvió a esconderse dentro del agua. Según el guía, cuando
llegan en mayo las ballenas pesan unas 50 toneladas. Unas llegan embarazadas y
otras buscando el apareamiento. Las que buscar “amor” no se contentan con un
solo macho sino que ponen en actividad a varios, incluso hasta catorce algunas
veces. Las que vienen a parir, lo hacen y desde que alumbran a su hijo se dedican
completamente a su crianza sin comer nada en absoluto rebajando su peso a la
mitad, esto es, a 25 toneladas. El ballenato no mama. Simplemente da un
cabezazo en el vientre a su madre y ésta abre unas glándulas por las que
expulsa la leche en forma de bola en un estado tan espeso que se mantiene sin
disolverse en el agua hasta que es alcanzada la bola y tragada por el ballenato.
La lancha se
acercaba a las ballenas que salían a respirar y estas ni se inmutaban. Así una
tras otra. Veríamos seis o siete y eso que ya se habían marchado algunas pues
para finales de diciembre todo más lo hace la totalidad.
Ya se ponía el
sol cuando volvimos a tierra donde el mismo tractor nos esperaba metido en el
agua.
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