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miércoles, 5 de octubre de 2016

DÍA SIN PROCESIONES (PARTE 2)

Otra justificación de este apogeo capillí pasa por apelar a la tradición. Oh, la tradición. A la gente le debe gustar mucho el polvo, de lo contrario no existirían tantas tradiciones. Así dentro de unos días veremos, en pleno horario escolar, a bandadas de tiernas criaturas, pastoreadas por sus maestros, llevando flores a la Patrona de Cádiz, perdiendo un tiempo precioso que podrían emplear en aprender más Matemáticas o más Gramática, asuntos sin duda de más provecho.
Y es que la tradición básicamente consiste en hacer algo sólo porque se viene haciendo desde hace tiempo. Eso es la tradición: rechazar el progreso y los cambios para   quedarnos como estamos. Justamente el modelo de ciudad que persiguen algunos, una ciudad mansurrona y lanar, dentro de los límites de la sordidez pequeño-burguesa, en la que la aspiración suprema de un chaval sea salir detrás de un paso, aporreando un tambor y vestido de suboficial austrohúngaro de media gala.
Todo ello sin dejar de lado que quien, en realidad, está detrás de las procesiones es esa institución que odia a los gais, que le gusta prohibir, que está en contra de las leyes de igualdad. Es esa misma institución que posee un inmenso patrimonio y que apoya las opciones políticas más reaccionarias e integristas. Esa institución que aún hoy execra de la Ilustración y de la Ciencia y se cree con derecho a decidir lo que es verdadero y lo que es falso.
Así que, por favor, por todos los santos, pido que se establezca aquí el Día sin procesiones. Pero pronto, o no recuperaré jamás el juicio. Y no quiero ser un loco entre tanto cuerdo.
Pepe Pettenghi desde Cádiz.

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