La mala gestión en todos los campos militares, políticos, económicos, estratégicos...) de los monarcas (bancarrota de Felipe II en 1596), expulsión de los moriscos en 1609 y 1610), malas cosechas, epidemias...guerra de secesión catalana...supuso un tetroceso en la vida cotidiana de la población aragonesa y zaragozana.
En un plano más positivo, Zaragoza siguió manteniendo su
señorío sobre amplias zonas de esta provincia y de la de Huesca, y las sedes de
las instituciones más representativas de la Corona. Era también centro
religioso del reino con su sede arzobispal y del tribunal de la Inquisición.
Junto con el clero, seguía siendo la nobleza el estamento más favorecido a la
hora de ocupar los cargos representativos, conformando una élite de la que
también formaban parte ciertos ciudadanos que, sin ser nobles, poseían riqueza
y prestigio suficientes para acceder a las altas clases de la sociedad, de lo
que hacían ostentoso alarde. El resto de la población, el estado llano, lo
componía un numeroso y variopinto conjunto de más de cinco mil personas
dedicadas a actividades diversas.
La fisonomía de la ciudad en esta centuria es heredera del
siglo anterior, si bien con cierto deterioro de su caserío y sus viales, la
pérdida de la funcionalidad defensiva de la muralla, y escasas modificaciones
en su trazado interno, como la apertura de la calle San Gil. Un aspecto más
destacado adquirió el perfil de Zaragoza con la construcción de numerosos
edificios, sobre todo iglesias y conventos que se erigieron -o modificaron- en
esta etapa. Esta proliferación religiosa obedecía a un considerable aumento del
fervor de los ciudadanos, cuya situación de penuria se volcó en la devoción a
los santos y a las vírgenes, en especial a la Virgen del Pilar.
En cuanto a las bellas artes, el siglo XVII fue el siglo del
barroco, llamado también "el arte de lo religioso". Muchas iglesias y
conventos se construyeron bajo los recargados y movidos diseños de este estilo,
siendo minoritarios los edificios civiles. De titularidad noble fue el palacio
conocido hoy como de Argillo, antes del marqués de Villaverde, en el cuya obra
intervino Felipe de Busiñac y Borbón a partir de 1661. Al ámbito eclesiástico
pertenecen, entre otros, la Iglesia de Santiago el Mayor, la de Santa Isabel de
Portugal (San Cayetano), la torre de La Seo, o la Basílica del Pilar (cuya
primera piedra se puso en 1681), y conventos como los de las Carmelitas
Descalzas de Santa Teresa (Las Fecetas) o San Agustín.
En lo referente a la economía urbana cabe destacar la
compleja evolución de las normativas de los gremios, llamadas ordinaciones, que
regularon con gran detalle las actividades comerciales, sobre todo las
textiles. En su conjunto la producción de la ciudad en este siglo es muy
amplia; además de los textiles encontramos la madera, la construcción, la piel,
el metal o la cera. A esto se unía la producción agropecuaria y, en el ámbito
cultural, destacamos la continuidad de la imprenta. Los Jurados de la Ciudad
establecían un riguroso control sobre los movimientos de productos, con
prohibiciones, como la de abrir puertas en la muralla (por lo que en 1606 el
Convento de San Agustín recibió un veto expreso), o con obligaciones, como
realizar la venta de determinadas mercancías en lugares estipulados.
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