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sábado, 30 de junio de 2018

ZARAGOZA BAJO LOS AUSTRIAS (2)

 EL SIGLO XVII.-


Tras el siglo de esplendor anterior, el XVII va a ser para España el paradigma de la crisis, tanto interna, como externa. Se trata de una centuria donde la acción política de nuestra tierra está articulada y dirigida por la Corona, si bien la presencia real en Zaragoza fue más bien escasa y contadas las visitas de Felipe III, Felipe IV y Carlos II a la capital. Es además un periodo de penurias a las que los ciudadanos de Zaragoza no permanecen ajenos, a pesar de la tranquila atmósfera que parece traslucir la Vista de Zaragoza pintada por el pincel de Velázquez y Mazo, donde sólo la rotura del puente de Piedra nos habla de conflicto (ver imagen).

La mala gestión en todos los campos militares, políticos, económicos, estratégicos...) de los monarcas (bancarrota de Felipe II en 1596), expulsión de los moriscos en 1609 y 1610), malas cosechas, epidemias...guerra de secesión  catalana...supuso un tetroceso en la vida cotidiana de la población aragonesa y zaragozana. 

En un plano más positivo, Zaragoza siguió manteniendo su señorío sobre amplias zonas de esta provincia y de la de Huesca, y las sedes de las instituciones más representativas de la Corona. Era también centro religioso del reino con su sede arzobispal y del tribunal de la Inquisición. Junto con el clero, seguía siendo la nobleza el estamento más favorecido a la hora de ocupar los cargos representativos, conformando una élite de la que también formaban parte ciertos ciudadanos que, sin ser nobles, poseían riqueza y prestigio suficientes para acceder a las altas clases de la sociedad, de lo que hacían ostentoso alarde. El resto de la población, el estado llano, lo componía un numeroso y variopinto conjunto de más de cinco mil personas dedicadas a actividades diversas.

La fisonomía de la ciudad en esta centuria es heredera del siglo anterior, si bien con cierto deterioro de su caserío y sus viales, la pérdida de la funcionalidad defensiva de la muralla, y escasas modificaciones en su trazado interno, como la apertura de la calle San Gil. Un aspecto más destacado adquirió el perfil de Zaragoza con la construcción de numerosos edificios, sobre todo iglesias y conventos que se erigieron -o modificaron- en esta etapa. Esta proliferación religiosa obedecía a un considerable aumento del fervor de los ciudadanos, cuya situación de penuria se volcó en la devoción a los santos y a las vírgenes, en especial a la Virgen del Pilar.

En cuanto a las bellas artes, el siglo XVII fue el siglo del barroco, llamado también "el arte de lo religioso". Muchas iglesias y conventos se construyeron bajo los recargados y movidos diseños de este estilo, siendo minoritarios los edificios civiles. De titularidad noble fue el palacio conocido hoy como de Argillo, antes del marqués de Villaverde, en el cuya obra intervino Felipe de Busiñac y Borbón a partir de 1661. Al ámbito eclesiástico pertenecen, entre otros, la Iglesia de Santiago el Mayor, la de Santa Isabel de Portugal (San Cayetano), la torre de La Seo, o la Basílica del Pilar (cuya primera piedra se puso en 1681), y conventos como los de las Carmelitas Descalzas de Santa Teresa (Las Fecetas) o San Agustín.

En lo referente a la economía urbana cabe destacar la compleja evolución de las normativas de los gremios, llamadas ordinaciones, que regularon con gran detalle las actividades comerciales, sobre todo las textiles. En su conjunto la producción de la ciudad en este siglo es muy amplia; además de los textiles encontramos la madera, la construcción, la piel, el metal o la cera. A esto se unía la producción agropecuaria y, en el ámbito cultural, destacamos la continuidad de la imprenta. Los Jurados de la Ciudad establecían un riguroso control sobre los movimientos de productos, con prohibiciones, como la de abrir puertas en la muralla (por lo que en 1606 el Convento de San Agustín recibió un veto expreso), o con obligaciones, como realizar la venta de determinadas mercancías en lugares estipulados.

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