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domingo, 11 de noviembre de 2018

EL CUARTEL EN EL S. XVIII

                      (Proyecto de cuartel de Caballería en el Campo de la Merced de Córdoba, 1787).


EL CUARTEL EN EL S. XVIII.-

En tiempos de paz, los regimientos estaban acantonados, o en alguna ciudad con plaza fuerte o en las "casernas", una especie de cuartel situado en los pueblos, y cuyos gastos de conservación estaban a cargo de los ayuntamientos. Sin embargo, eran pocos los regimientos que tenían una residencia estable, pues la mayor parte rotaban su destino regularmente. A esta fatigosa marcha se le conocía como la "muda", e implicaba un viaje para las unidades por la ancha y larga geografía de España. Cada regimiento tenía una ruta marcada, en donde se especificaba el número de días de marcha, las leguas entre cada pueblo, los lugares de descanso. En los pueblos que se determinaban como lugares de descanso, los vecinos debían recibir en sus casas a los soldados, llegando los oficiales con los principales, y el resto de las casas se sorteaban a la tropa, y podían recibir desde tres y hasta cinco soldados. Se les otorgaba una cama para dos soldados, una mesa, sal y vinagre (para relajar los pies de la caminata) y asiento a la lumbre. Los propietarios podían rechazar el alojamiento, en cuyo caso debían pagar 1 real y 17 maravedíes por un soldado de infantería o dos reales por uno de caballería y su montura.

La construcción de establecimientos militares en las ciudades y pueblos tuvo, al menos, tres finalidades: por un lado, resolver el problema de la vivienda;  por otro, el control de la milicia y por otro, aliviar a los vecinos de la carga que suponía el tener que albergar a los oficiales y tropa en sus propias casas. Y, sin embargo, pese a que se quería liberar a los pueblos y sus habitantes de los gastos que implicaba recibir a soldados, dicho reglamento hacía recaer los gastos de construcción de los cuarteles en los habitantes de los mismos pueblos y ciudades donde se construirían.

Los cuarteles iban destinados a albergar a la Infantería y a la Caballería, no se consideraba a la Marina susceptible de ser alojada en cuarteles –salvo alguna excepción- , pues se estimaba que los mismos navíos servían para ese cometido.

La vida en los cuarteles no era sencilla ni fácil. Existían claras diferencias entre las condiciones de vida de los soldados y los oficiales, y aun entre los propios soldados. Así, por ejemplo, a los cadetes o soldados distinguidos o de primera, "no se les permitía familiaridad con la tropa y solo debía tener tratos con los oficiales, aunque debía obediencia a los cabos y sargentos. Con estos últimos compartía rancho aparte... tanto unos como otros, dormían en habitación separada o pernoctaban fuera del cuartel en casa de su familia, en caso de que ésta residiera en la misma localidad".

En el último tercio del siglo, solo existía una cama para cada dos soldados, que se turnaban para su uso; además, en el dormitorio, por cada 20 soldados, había una mesa, dos bancos, un baúl, una jofaina y una lámpara de aceite. Hasta 1766, se le daba una única comida a la tropa. Ello lo señalaba el inspector de infantería: 

“De veinte años a esta parte ha subido tanto el precio de los comestibles, que en los años en que más abundan las cosechas, come infelizmente el soldado: dos onzas de tocino, quatro de arroz, o el equivalente en menestras, algunos menudos o despojos en lugar de tocino, es todo su sustento al mediodía”.

La vida al interior de los cuarteles era bastante monótona. Dado que los soldados estaban casi siempre en servicio, debido a la falta de efectivos, tenía pocos momentos de ocio. Sus momentos de descanso correspondían "a las horas que mediaban entre la lista de la tarde y la retreta. Durante ellas y después del rosario, cuyo rezo era obligatorio en los cuarteles, el soldado podía pasear fuera del cuartel. Era relativamente común que los soldados ejercieran en esos momentos algún oficio artesanal, para ganarse unas monedas que complementaras sus exiguos ingresos. 
 

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