CETINA Y QUEVEDO



Cuando vamos a Bardallur en coche y entramos en la provincia de Zaragoza, me parece que el viaje ha terminado, aunque todavía queden unas cuantas curvas, puertos y bajadas vertiginosas. A la altura de la localidad de Cetina, que queda apartada unos cientos de metros de la carretera, se divisa su castillo-palacio  y siempre digo a mis acompañantes: En ese pueblo se casó Quevedo con la rica del lugar. 

                                     

El Castillo Palacio de Cetina fue construido en el siglo XIII por Aarón Abinofea bajo encargo del rey Pedro III, y posteriormente fue reformado en el año 1429 y convertido en palacio para los Liñán, cuya propiedad ostentaron durante los siglos XIV y XV. En la parte más antigua del castillo se encuentra la magnífica capilla isabelina con rico artesonado mudéjar del siglo XVI y que alberga un retablo de tablas pintadas por Salvador Roig y Juan Ríus. En esta capilla contrajeron matrimonio, tal día como hoy de 1634, Francisco de Quevedo con Esperanza López de Mendoza en 1634, viuda de Juan Fernández de Heredia y Liñán (1611), señor de Cetina.

Debido a diversos derrumbes en la década de los años 1990, actualmente se encuentra cerrado y en estado de ruina progresiva.

Quevedo, que llevaba una vida privada algo desordenada de solterón: fumaba mucho, frecuentaba las tabernas (Góngora le achacaba ser un borracho consumado y en un poema satírico  le llamó don Francisco de Quebebo) y frecuentaba los lupanares, pese a que vivía amancebado con una tal Ledesma. Pese a esto, en 1632 fue nombrado  secretario del monarca, lo que supuso la cumbre en su carrera cortesana. Era un puesto sujeto a todo tipo de presiones: su amigo, el Duque de Medinaceli,  hostigado por su mujer,  obligó a casarse contra su voluntad con doña Esperanza de Mendoza,​ señora de Cetina, viuda y con hijos, y el matrimonio , apenas dura tres meses. Esas ataduras no le iban al insigne y pendenciero escritor. A partir de entonces, se dedicó a escribir y a escribir, pero también a recibir críticas difamatorias, como la publicación:  El tribunal de la justa venganza, erigido contra los escritos de Francisco de Quevedo, maestro de errores, doctor en desvergüenzas, licenciado en bufonerías, bachiller en suciedades, catedrático de vicios y protodiablo entre los hombres, firmado  con pseudónimo, pero, sin duda, podría ser de su enemigo, el maestro de armas Luis Pacheco de Narváez. Pero esta es otra historia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si la denominada sentencia de Guadalupe de 1486 significó, al
menos justamente, para la historia del campesinado catalán una
liberación respecto a la dependencia y las cargas señoriales a las que
estaban sometidos los remensas, en el caso de Aragón la repercusión
de la sentencia de Celada de 1497 no fue tan espectacular ni
trascendente en el plano jurídico porque, contrariamente a lo que se
sigue pensando, afectó exclusivamente a los vasallos del señorío de
Ariza y no en gran medida a su favor, careciendo por tanto del
carácter general que sí se dio en Cataluña, así como de la
correspondiente difusión posterior1.
A fines del siglo XV la situación de los vasallos de señorío en el
territorio aragonés era especialmente difícil. Los Fueros y ordenamientos

A esta violencia campesina se uniría la propia violencia feudal,
generada entre las familias de la aristocracia que dirimían sus
cuestiones familiares o personales invadiendo la tierra del clan
enemigo y provocando en los campesinos la resistencia a sufrir las
consecuencias de los enfrentamientos de sus señores4.